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lunes, 6 de agosto de 2007

Filosofía Latinoamericana




“A veinte y seis años de Morelia, ¿Un horizonte desmantelado?
[1][1]



Sergio Romero González






“Uno no debería preocuparse de tomar fotos o de hacer grabaciones...

Uno debería preocuparse del espíritu, que siempre es huidizo.”

C. Castañeda

“Sabemos que una canción no cambia absolutamente nada, pero a veces ayuda”

F. Saso


1. Morelia, Michoacán, veinte y seis años atrás. A propósito del Primer Coloquio Nacional de Filosofía, se emite el documento titulado Declaración de Morelia: Filosofía e independencia. Firman su elaboración, Dussell, Miró Quezada, Roig, Abelardo Villegas, Leopoldo Zea, conocidos de gran trayectoria y a no dudar comprometidos latinoamericanos. Con la excusa que nos da el paso del tiempo –hoy, en que todo transcurre veloz- nos parece ese momento ya de antigua data y desde este rincón orillado al mar azul me permito pensar aquello en el afán de escudriñar nuestro propio presente.

2. En este texto hay una afirmación inicial que parece fundamental: la “preocupación por la búsqueda del sentido de la realidad e historia“de nuestro continente. En su comienzo escuchamos: “Búsqueda de sentido“. Una tarea para una filosofía de la historia que representa la doble tensión del requerimiento que empuja a la búsqueda de respuesta y junto a ello en tanto en ese accionar radica un sentido del cual depende su propio ser.

Tan asertiva orientación no nace desde la nada. Esta aparece conducida desde una contraposición. Se trata de levantar una alternativa frente a una mirada tenida por excluyente: la filosofía europea y su tradición dominadora, fundada en la pretensión de ser símil de la Ratio; la única ratio posible -enviada transoceánica bajo la instrumental dualidad cruz-espada. Contra aquello, esta declaración levanta un horizonte rebelde que se expresa principalmente en contra de la llamada situación de dependencia –expresión que se relaciona no sólo con el dominio político económico y cultural, sino que dicha en labios latinoamericanos abre una significación ética, una denuncia de una “relación vertical” y una contra apelación desde una “relación horizontal de solidaridad”.

3. En el escrito latinoamericanista se concibe que los países de los cuales ha devenido la cultura occidental, no son ya capaces de desarrollar “los ideales de libertad que han proclamado sus mejores hombres”, asumiendo la necesidad de establecer una tarea de continuidad superando la falencia que éstos sufren respecto de su proyecto original. Los iniciadores de la marcha humanizadora, han devenido en una especie de impotencia, encerrados en un orden político económico de bienestar, alimentado a partir de un actuar neocolonialista que afianza la importación y asimilación de la injusticia a las tierras tercermundistas, sufriendo una osificación de los “ideales” que propiamente los han constituido en naciones modernas. A partir de profundizar y extender esas tareas desde la orilla del lado de los oprimidos, el planteamiento de la Declaración lleva una doble resolución: Siguiendo la vía de la acción particular y concreta de aportar a la liberación de los negados por siglos, en su consideración se hacía cargo de una tarea universal, cuya clave estaba en la superación de un momento estacionario en el desarrollo de la humanidad.

4. Esta filosofía que habla desde lo particular, no obstante, se declara así continuadora de la acción universal de la tradición filosófica, en cuanto cree ver en su aporte, una continuidad respecto a los valores que en la situación histórica originaria de la tradición, fueron concedidos limitadamente “a un grupo de hombres”. Se tratará entonces de ir “poniendo de manifiesto” la discriminación y sus mecanismos a la vez que creando un “instrumental ideológico” para romper con ello, colaborando a la liberación del género humano. Vemos que ello se hace explícito en el acápite titulado “La toma de conciencia”. Allí aparece la siguiente afirmación: “frente a la arbitrariedad y la prepotencia del amo, la libertad y racionalidad del esclavo, frente a la opresión, la liberación.” Y... atención, con lo que prosigue:”Esta relación, genialmente entrevista por Hegel, es la que imprime todo su carácter y sentido a la historia humana.”.

5. La contraposición entonces no es absoluta, pues por una parte se hace oposición al estado de dominación, pero por otra se reconoce una tarea universal que se origina en una racionalidad pretérita y olvidada por aquéllos entre los cuales se gestó. Al pensarlo hoy, nos damos cuenta de lo delicado del caso, creemos ver en ello una especie de dualidad de origen común.

6. Esta posibilidad se juega en torno a la idea que la filosofía, en sí y por sí está teñida por la contradicción. Y no sólo hablamos de la filosofía a secas, sino que también de todo quehacer del pensamiento que busca establecer sentido y explicación de las cosas. La primera contradicción se manifiesta en cuanto a una orientación totalizadora que intenta subsumir los particulares eliminando su individualidad. El nudo de la contradicción estaría allí en la tensión de la relación particular-universal. Esa contradicción parece insalvable por lo menos para los objetivos de un pensar que pretende una garantía de racionalidad y en tanto que esta se expresa en forma universal.

7. Pero por otra parte pensemos en una segunda situación, esta tiene que ver con la

Acción: Es posible concebir que se haya dado en la historia conocida, la existencia de dos orientaciones filosóficas: 1) Por una parte, una tendencia movilizadora tendiente a destrabar concepciones estáticas del mundo y el hombre. 2) Concepciones tendientes a mantener estáticas e intocables visiones fundadas en variables de cualquier tipo de dominio. La primera orientación sería la que se ha expresado en todo acto de rompimiento que apunta a la autonomía. Y, como ya lo hemos dicho, su opuesta, la percepción justificadora de las cosas tal cual estas parecen desde el poder, en el domino de los unos sobre los otros. Así entonces, las observaciones que se realizan están en concordancia según la orilla desde la cual se mira. Pero, integremos a la reflexión una actual y molesta pregunta: ¿Quién define el “error”?. Sin mayores comentarios...Ya conocemos lo difícil y cuestionada que resulta una práctica a partir de declararse liberador universal, es decir, desde la posesión de la verdad.

8. Entonces, ¿No era un camino entrampado, la sola declaración de liberar al “otro”?. Partir estableciendo que estaba en el “error” ¿No era acaso declarar la posesión de una verdad también única, esta vez nacida o renacida en Latinoamérica?

La razón -como única forma rectora- llevada ahora en manos latinoamericanas, hacía otra jugada. Se desplazaba hacia un nuevo espacio cimentado por luchas que habían fluctuado desde los afanes de sobrevivencia hacia una épica de carácter ético. Efectivamente, la continuidad de los orígenes se realizaba. ¿No pareciera esta imaginada forma de “filósofo”[2][2], una especie de -menos pronunciado, pero al fin y al cabo- heraldo platónico, cuya tarea transformadora consistía en interpretar “la historia” bajo una nueva palabra para llevarla al mundo? ¿No hay acaso en eso un afán, en el que aún se escucha la voluntad europeo moderna del “tener razón” como momento culminativo en un espíritu que “supone desde ya la superación de la civilización occidental y anuncia el comienzo de una nueva civilización”[3][3]?

9. Es el caso de que para contraponerse frente a la posición dominadora, la filosofía de este periodo, tuvo que recurrir también a categorías totalizadoras. Por ejemplo en el uso de la palabra “pueblo” fundamentalmente extraída del lenguaje político y religioso.

El “pueblo”, “los pueblos”... categoría que se nombra a lo menos once veces en los tres primeros párrafos del texto leído. Consideración substancial de un ser literario sustentado muchas veces -este no es el caso- por una mezcla de estadísticas y descripciones socioeconómicas. Las palabras sentían representar a un sujeto social en movimiento. Parecía que la Declaración y su proyecto se hacían cargo de hablar por el sujeto sin voz que era el pueblo, los pueblos. El filósofo hablaría en nombre de su pueblo. A la luz del tiempo ¿Podríamos responder qué era aquello que era llamado pueblo? ¿No hubo acaso una sustancialización de un deseo? No era acaso una necesidad de pertenecer y pertenecerse la que se llamada bajo ese término. ¿Era acaso “el pueblo” una ficción para contravenir la ausencia de lazos reales? ¿No intuirían mejor los poetas en su corazón el sentido de tal palabra? ¿No fue “el pueblo”, una actitud, una corriente solidaria que resistía levantada a partir de la indignación, por sobre determinadas clasificaciones económicosociales? En ese sentido, ese sujeto social inubicable era un deseo contenido. Creo que el ahora lejano término señalaba un mito, una ilusión que como todas las de su tipo, de nombrarse tanto en el discurso, terminaría por imponerse en cuanto uso, perdiendo su valor y espíritu trasgresor. Pero tal vez, los mitos no desaparecen y esta serpiente de fuego permanece en las cavidades de la memoria.

10. Creo que gravitaba como supuesto una concepción de una historia lineal que avanzaba superando sus tramos. Sin embargo, ¿no habría allí un exceso de voluntad, un querer porfiado con una base ideológica que pretendía un desarrollo natural y racional de las condiciones de la historia hacia un final venturoso? ¿No hubo allí una presunción fundada en una “buena voluntad” demasiado optimista?, un tono profético, que en su entusiasmo ignoraba el repliegue que ya se podía ver venir. Tal vez hubo una severa tradición de formación europea enyugada con sentimiento y pasión latinoamericana que hizo incluso que esta declaración llegara demasiado tarde, rememorando y confirmando el hegeliano dicho sobre el búho de Minerva, tarde para desarrollar un aparato conceptual distinto de lo heredado, impotente política y socialmente en cuanto ya habían caído los estudiantes en la plaza de Tlatelolco, había muerto el Ché, se había suicidado Allende en un último acto político y de soledad, y el ascenso de las luchas revolucionarias, con las cuales este filosofar solidarizaba, comenzaba a disminuir.

11. Sin embargo este intento en su recapitulación, guarda ciertas enseñanzas que no pueden dejarse escapar. La primera de ellas es que podemos percibirla como una respuesta o disposición ética que pretendía enfrentarse a las condiciones de asimetría de los mundos y su estructura de dominio. Subyacía a la declaración un sentido de indignación frente al sufrimiento asociado a una forma política. En ese sentido este pensar escapaba a las formas tradicionales en cuanto a su origen, la filosofía aquí respondería a una exigencia ética, el sentido de su ser no era conocer o describir sino que resumía en su voluntad la necesidad de justicia recogida de las luchas sociales y políticas de los sectores sufrientes. Teniendo estos intelectuales condiciones para desarrollar una existencia cómoda, optaban por la complicación y el riesgo de indagar sobre las circunstancias y la posibilidad de su transformación. Pretendían ciertamente un nuevo sujeto intelectual, el problema era establecer un cuerpo metódico que resolviera la dependencia al interior de su mismo trabajo. Un cuerpo metódico que pudiese parase frente a frente y de igual a igual al de la tradición europea compartiendo escenarios similares.

12. Pero nuevamente viene el día y hace ocultarse al búho, remplazado por su actual versión diurna, la pajarraca ave de la globalización y la economía neoliberal, viajando en una historia que se impone con su no-historia, su estallido fragmentario. La “ausencia de un porqué”[4][4], la disolución de lo sólido en el aire[5][5], anuncios de dos siglos atrás se hacen nítidamente presentes. En estas condiciones, desde quien se reconoce en una casi lejana y porfiada vocación de ser latinoamericano ¿Qué se puede pensar? Se me ocurre un par de propuestas algo muy modesto, casi obvio y por qué no, desesperado. Nada nuevo, más bien proverbial, pero en el olvido cuando se trata de tozudas disquisiciones teóricas:

13. El papel de la imaginación, aquélla subyacente arma de sobrevivencia frente a lo dado, lo que permite el primer paso para subvertir el orden y que posibilita el sueño de las utopías. Que puede iniciarlas y traerlas al presente, condición sin la cual la utopía es alucinación. Que permite ocultar dioses vernaculares tras vetustos fundamentos extranjeros, que hace ver mundos que nadie ve por su proximidad. La de la embriaguez productiva Aquélla que ha obrado a mi entender en lo que he señalado como la orientación primera de la filosofía, la movilizadora, aquélla que ambivalentemente se contradice con su otra cara, la de lo qué es en cuanto seguro, consolidado y establecido. La imaginación. Estaba seguramente presente hace veinte y seis años atrás en Morelia en esa declaración que comenzaba señalando la necesidad de la búsqueda de sentido. Sus autores suponían que éste existía, lo imaginaban, y si así no fuera, ¿entonces qué quedaría? Pues, entonces, habría que inventarlo y descubrirlo en nuestra acción.

14. Por otra parte, si bien “la historia” ha tendido a la volatilización, queda un espacio intocado por la desarticulación social, por la pérdida de memoria. Me refiero a lo que llamaré -a contrapelo- relato: la sucesión de hechos que guardan un sentido para aquéllos que lo comparten. No es necesario agregar mucho respecto de su validez, se trata de un asunto ya establecido el que éste produzca mediaciones en relación a las realidades. Tal vez ha llegado larvadamente el momento de recomponer una historia desde lo pequeño, a través de la multiplicidad hasta un momento posterior en que ésta pueda constituir -tal vez- un cuerpo que signifique un nuevo mundo.


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[1][1] IV Congreso Internacional de Estudios Latinoamericanos, Universidad de la Serena .

[2][2] En tanto “personaje” representante del intelectual de la época.

[3][3] Acápite 5 La filosofía, las ciencias y la dependencia.

[4][4] Referencia a F. Nietzsche en relación a su anuncio relativo al nihilismo.

[5][5] Marx, referencia a su apreciación de la época moderna.



(*) Universidad Católica del Norte, Coquimbo, Chile.

El profesor Sergio Romero es catedrático de Filosofía en la UCN

Tomado de las Actas del CEL, Universidad de la Serena, Chile