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lunes, 6 de julio de 2009

El Caso de Honduras


Honduras: el Demonio en contra del Diablo

Fernando Mires


Creo que antes de analizar cualquier acontecimiento – en este caso, el golpe de Estado que tuvo lugar en Honduras - debemos ponernos de acuerdo acerca del plano en que estamos hablando. Si eso no ocurre, pueden producirse enormes confusiones y malentendidos. En ese sentido, un acontecimiento histórico – y el golpe de Estado en Honduras ya lo es- puede ser analizado desde tres planos diferentes, y las conclusiones que de ahí se derivan pueden ser también muy diferentes. Esos tres planos son el jurídico, el moral y el político

Desde el punto de vista jurídico, un golpe de Estado es un golpe de Estado, del mismo modo como un robo es un robo. Es de acuerdo a ese punto de vista jurídico internacional –no hay otro- como deben regirse instituciones como la OEA, la UE, la ONU y los gobiernos latinoamericanos. En este caso, las cuatro instituciones han condenado el golpe de Estado, y no podían sino hacerlo.

Los argumentos morales actúan por lo general en calidad de condiciones atenuantes o agravantes. Por ejemplo, si un crimen fue cometido por razones emocionales o mediante un cálculo previo, o si se actuó en defensa propia o no. Los argumentos que ha esgrimido el gobierno golpista de Micheletti son de esa índole, es decir, no son políticos, quieren ser jurídicos y terminan siendo morales. De acuerdo al mandatario golpista, el golpe fue realizado para detener otro golpe o, lo que es parecido: tuvo lugar en defensa de la Constitución que (ostensiblemente) violaba el primer mandatario. En este caso, Micheletti intenta sustituir la argumentación jurídica por la moral afirmando que el ocurrido no fue un golpe de Estado sino una formal destitución. Es como si alguien asesina a otro, y para defenderse afirma: no fue un asesinato, fue una venganza. Puede que Micheletti haya actuado en defensa de la Constitución, pero no puede negar que un golpe es un golpe. La suya es, aún desde el propio punto de vista moral, una formulación inaceptable.

La perspectiva política en cambio no prescinde de la argumentación jurídica ni de la moral. Más aún, ellas constituyen las bases desde donde es posible comenzar a pensar políticamente un acontecimiento.

Todo análisis político debe reconocer el hecho como tal: un golpe es un golpe y no otra cosa. Segundo, debe escuchar razones atenuantes (entre otras, la más evidente: que Manuel Zelaya violó la Constitución y que luego el golpe fue “en defensa propia”) pero, y éste es el objetivo del análisis político: deberá también ser analizado si una determinada acción fue oportuna o eficaz, o si un actor político modificó la correlación de fuerzas a su favor o en su contra, o si obtuvo una legitimidad que no tenía, en fin, si logró vencer o debilitar al enemigo (en este caso Zelaya y el “chavismo internacional”)

Ahora bien, visto el tema desde un plano puramente político -y para que no haya ninguna confusión, aclaro que es desde ese plano donde estoy argumentando- el golpe de Estado en Honduras fue, y pido perdón por la expresión: una imbecilidad.

En cualquier caso, desde un punto de vista que sea jurídico, moral y político a la vez, podemos coincidir en un punto: para defender la Constitución Micheletti violó la Constitución. O lo que es igual: intentó ahuyentar al Demonio con la ayuda del Diablo. O, dicho de modo más refinado: a Satanás con la ayuda de Belcebú. Eso es precisamente lo que nunca, pero nunca hay que hacer en política: entregar la legitimidad constitucional al enemigo. Gracias al golpe de Estado, Zelaya goza hoy de un reconocimiento internacional que nunca tuvo antes y el gobierno de Honduras es, en estos momentos, el más aislado del mundo. Más todavía, y como era de esperarse, el enemigo fundamental de Micheletti, que no es Zelaya, sino Chávez, no perdió la oportunidad que le regalaban para intentar ponerse a la cabeza del anti- golpismo continental. Justamente, en este caso, tenemos una relación inversa a la ya expuesta. Me explico:

A Chávez, como máximo dirigente de esa Komintern del populismo latinoamericano que es el ALBA, es posible criticarlo jurídicamente. Ha violado reiteradamente la Constitución de su país desconociendo resultados electorales y dando continuos golpes de Estado regionales (caso Rosales en Maracaibo, caso Alcaldía Mayor en Caracas) Desde ese punto de vista, Chávez está inhabilitado jurídicamente. Pero sobre todo lo está moralmente. Que él, precisamente él, que hizo su entrada en la política a través de un sangriento golpe de Estado del que nunca se ha arrepentido y que, por si fuera poco, convirtió en vergonzante efeméride patriótica, aparezca investido hoy como el campeón del anti-golpismo es, simplemente, una aberración moral. Y sin embargo, desde el punto de vista político, es difícil criticarlo. Chávez hizo lo que tenía que hacer y una parte de su trabajo la hizo bien. Si el enemigo le abrió un flanco, atacó.

Como el excelente estratega que es, Chávez hizo lo que no hizo Micheletti: reconoció el terreno de lucha, analizó la correlación de fuerzas, y después actuó. Rápidamente entendió Chávez que en Honduras había tenido lugar un golpe de Estado tradicional, de esos que ya no se aceptan en el mundo. Analizó enseguida el espacio latinoamericano y captó que desde el punto de vista político hay dos bandos: el de los gobiernos organizados en el ALBA, la que domina a su antojo, y el de los gobiernos “que no se meten en política” (increíble, pero así es) Movilizar a la OEA y a Insulza, era, bajo esas condiciones, un simple juego de niños.

A la vez, a la OEA y a Insulza se le presentaba una ocasión dorada, y esta no es otra que la de lograr una formal rehabilitación democrática de la tan mal traída organización. En este caso, para la OEA, el desdichado Micheletti no pasa de ser más que un simple chivo expiatorio. Así, la OEA puede realizar en contra de él todo lo que no fue capaz de realizar en contra de Pinochet y Videla y otros golpistas similares. De cualquier modo, la OEA siempre ha sido y es, lo que es y será: un simple reflejo institucional de la miseria política que domina al continente.

Sin embargo Chávez no es políticamente perfecto. Siempre comete el mismo error y nuevamente cayó en la trampa que el mismo se tiende sin cesar: la de sus incontenibles delirios militaristas. En este caso no sólo ha insultado desmedidamente a los políticos de Honduras sino, además, amenazó con invadir con sus “ejércitos libertadores” a esa nación. Con ello terminó por crear en Honduras justamente lo contrario que quería alcanzar con su política intervencionista. En lugar de un sentimiento popular antimperialista ha surgido hoy en Honduras un fuerte sentimiento nacional antichavista. En esa nación del siglo diecinueve, Chávez ha pasado a ser el enemigo de la patria y Zelaya, su representante local. Zelaya será probablemente repuesto, pero la imagen de alguien que es dominado por una potencia extranjera, la de la Venezuela chavista, seguirá persistiendo en el país. Ese es y será el estigma de Zelaya.

También Chávez hizo esta vez un cálculo erróneo. Prisionero de su propia ideología, creyó, o intentó hacer creer, que el golpe de Estado había sido el producto de la conspiración de la CIA y del imperialismo yanqui. No contó esta vez con el “factor Obama”.

El rudimentario golpe de Estado hondureño fue más para Obama que para Chávez un verdadero regalo del cielo. Gracias a la torpeza de Micheletti y los suyos, Obama podrá probar sobre el terreno de los hechos que los EE UU ya no son más el país que protege dictaduras y alienta golpes de Estado. Por el contrario, poniéndose a la cabeza de la protesta antigolpista, podrá demostrar Obama, y lo está haciendo, que la idea del “nuevo comienzo” no es puramente retórica. En fin, las aventuras anticonstitucionales de Zelaya, las imbecilidades de Micheletti, y las patologías de Chávez, han elevado a EE UU a aquel lugar que una vez ocupó y que jamás debió abandonar: el de defensor de los derechos humanos aprobados por primera vez en la propia declaración de independencia nacional.

En cualquier caso, los políticos hondureños deberán aprender aquella enseñanza que los políticos venezolanos, gracias a Dios, ya aprendieron. Y esa enseñanza dice que jamás será posible ahuyentar al Demonio con la ayuda del Diablo.

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Fernando Mires, nacido el 23 de febrero de 1943, Profesor Catedrático en la Universidad de Oldenburg, Alemania, chileno, autor de numerosos artículos y libros sobre filosofía política, política internacional y ciencias sociales, publicados en diversos idiomas. Entre sus libros publicados en América Latina y España destacan: Cuba, La Revolución no es una Isla, Medellín 1978. En Nombre de la Cruz, San José 1984. La Colonización de las Almas, San José 1985 La Rebelión Permanente. Historia de las revoluciones sociales en América Latina (México 1989) El Discurso de la Naturaleza (San José y Santiago de Chile 1991). El Discurso de la Indianidad (San José, Quito 1992) El Discurso de la Miseria (Caracas 1994) El Orden del Caos (Caracas 1995) La Revolución que nadie soñó (Caracas 1997) El Malestar en la Barbarie (Caracas 1998) Teoría Política del Nuevo Capitalismo (Caracas 2000) Civilidad. Teoría Política de la modernidad (Madrid 2001) El Fin de todas las Guerras (Santiago 2001) Teoría de la Profesión Política (Caracas 2002) Crítica de la Razón Científica (Caracas 2003) El Imperialismo Norteamericano no existe y otros ensayos (San Juan 2004) Introducción a la Política, (Santiago 2004)

Fernando Mires se diplomó de profesor de historia en Chile en 1965. En 1969, fue nombrado Profesor en la Cátedra de Historia de América Latina. Instituto de Sociología, Universidad de Concepción, Chile. En 1975 asumió funciones de docencia y de investigación en el Instituto de Sociología de la Universidad de Oldenburg, Alemania. En 1978, obtuvo en Alemania el doctorado en Ciencias Económicas y Sociales. En 1991, obtuvo el título de Privat Dozent en el área de Política Internacional (el máximo título académico que otorgan las universidades alemanas). En 1995 fue nombrado Profesor Catedrático en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Oldenburg, Alemania.