La construcción social del miedo: pensando la ciudad
desde las percepciones de seguridad ciudadana
Ana Cristina Solís Medrano
“La violencia en las
ciudades de América Latina es real, pero
también es imaginaria”
Roberto
Briceño-León
Introducción
La problemática
de la seguridad ciudadana ha sido poco abordada desde las ciencias sociales
para el caso nicaragüense, y menos aún concebida desde un enfoque que incluya a
la ciudad como categoría analítica. Es decir, como espacio de construcción continúa
de identidades y culturas de convivencia, como espacio de formulación de
contratos sociales que dan sentido a la vida en la ciudad, las cuales permean
el uso y percepciones que de la misma existen.
Debe recordarse
que la ciudad, representa ese espacio en que confluye lo “moderno” y lo “tradicional”
convirtiéndose en punto de encuentro de culturas. Pero su importancia va más
allá, al ser también el centro de la vida política y económica de un país. Es
además un espacio de continuos conflictos sociales, ya sea por escases de
recursos naturales, infraestructura inadecuada, o por el acelerado ritmo de
crecimiento de los centros urbanos y de su población. El transporte público, el
tratamiento de la basura, el alumbrado eléctrico, son algunos de los retos que
los planificadores urbanos deben afrontar.
Pero sumado a
estos retos, encontramos también el de la violencia delincuencial urbana. Esta
debe ser entendida en un contexto amplio de relaciones entre Estado y sociedad.
Siendo que el primero, es el encargado de garantizar la seguridad dentro de los
límites territoriales de la nación.
La seguridad
ciudadana, en este sentido, refiere a:
El derecho que
asiste al ciudadano o en sentido más amplio al integrante de una sociedad
organizada, de desenvolver su vida cotidiana con el menor nivel posible de
amenazas a su integridad personal, sus derechos cívicos y el goce de sus
bienes. Hace referencia también al vínculo entre la persona y el Estado
(Aguilera, 1996: 13).
Si pensamos en
la seguridad ciudadana desde perspectivas modernas, debemos reconocer la
existencia de un conjunto de amenazas, entre las cuales encontramos: el
narcotráfico, la pobreza, las condiciones de salud, problemas ambientales y el
uso, acceso y control de armas por mencionar algunos. Muchas de ellas
categorías analizadas desde enfoques como el de seguridad humana impulsado por
el PNUD (Aguilera: 1996: 16).
Se debe tomar en
cuenta que la amplitud de los fenómenos que se encuentran enmarcados dentro de
lo que denominamos seguridad ciudadana, pueden llevarnos fácilmente a cometer
errores conceptuales. Es el caso del acercamiento que las instituciones del
Estado encargadas de velar por dicha seguridad, cometen con recurrencia en sus
análisis.
Partiendo de
enfoques cuantitativos –estadísticos- que llevan en la mayoría de los casos a
la criminalización de la pobreza y del sujeto empobrecido. Lo anterior no
significa, que deban ser descartados dichos análisis; sino que se hace
necesario desarrollar marcos conceptuales y metodológicos que permitan conocer
otras facetas del problema, pues desde la relación inseguridad - ciudad,
existen una multiplicidad de actores y percepciones que muchas veces son
invisibilizados.
El interés de
investigar sobre la construcción de las percepciones y costumbres que subyacen
a ese sentimiento de seguridad como clima social, es decir, como sensación de
convencimiento de que el sitio en que vivimos (la ciudad) es seguro o no; es de
suma importancia para comprender la relación dialéctica entre los imaginarios
colectivos de la ciudad y la seguridad, y la violencia real.
El conocimiento
y análisis de las percepciones de los actores sociales es fundamental para
comprender el funcionamiento de las sociedades, pues debe reconocerse que la
seguridad como hecho social, es por un lado, una situación real vinculada a la
desprotección que los individuos y colectividades viven en la ciudad. Por otra
parte, es un sentimiento, una construcción social que permite observar el grado
de reconocimiento del “otro” y sus derechos dentro de un sistema de normas e
instituciones establecidas.
Es necesario
reconocer a su vez, que si bien el presente ensayo parte del análisis de las
percepciones de la seguridad ciudadana en la ciudad, no debe cometerse el error
de reconocer un vínculo restrictivo entre violencia y ciudad o entre
inseguridad y ciudad, o bien entre seguridad y ciudad.
La violencia es
un fenómeno multifacético que se refleja en el conjunto social de una nación,
sin límites entre urbano y rural. De tal manera, que la forma en que percibimos
y damos sentido a nuestra forma de ocupar el espacio urbano, los horarios y
lugares a los cuales concurrimos y/o tememos acceso, forma parte de esa
construcción social caracterizada por la interacción de actores sociales.
Consecuentemente,
la importancia del análisis de la seguridad ciudadana desde la perspectiva de
los actores sociales en la ciudad, nace de la poca información cualitativa
respecto a la construcción social del miedo en el caso nicaragüense. Se
pretende dar respuesta a los siguientes cuestionamientos: ¿Cómo conciben los
distintos actores sociales la inseguridad en la ciudad?, ¿Cuál es el papel de
los medios de comunicación en esa construcción social del miedo?, ¿Existe una
relación entre el sentimiento de inseguridad y la ciudad?
El ensayo se
organiza en tres secciones. En la primera parte se exponen dos enfoques de
análisis para interpretar las condiciones de seguridad ciudadana; la
perspectiva de la seguridad ciudadana y la construcción social del miedo en la
ciudad. La segunda parte se describe el escenario en términos estadísticos de
violencia en Nicaragua. La tercera parte profundiza en las percepciones de
seguridad ciudadana que la población de la ciudad de Managua.
La ruta
metodológica se basó en el análisis del discurso, que nos permite conocer actos
del lenguaje (oral y escritos) los cuales están cargados de significados a
partir de las prácticas socio culturales que permiten la construcción de
realidades.
Estos actos de comunicación, confirman los roles, conocimientos y prácticas que
dentro de estructuras sociales, políticas e institucionales desempeñamos
(Silva, 2010).
Se parte
entonces de la idea, que los sujetos sociales se apropian de los discursos del
miedo, a través de procesos simbólicos, es decir, de prácticas enunciativas que
se encuentran en función de las condiciones sociales producidas a nivel
institucional, de medios de comunicación y de relaciones sociales cotidianas.
Pero también a través de procesos reales de violencia delincuencial
urbana.
Esto permite entender la forma en que se
dan las lógicas de apropiación colectivas que rigen las percepciones que sobre
la seguridad ciudadana y su relación con la ciudad, se generan. Cada actor,
cuenta con distintas manifestaciones y recursos discursivos, construcciones
simbólicas del miedo, la seguridad y la ciudad. Así, el análisis de los
discursos permite comprender las relaciones que se construyen entre imaginarios
del miedo y las prácticas de seguridad ciudadana y profundizar en las formas de
apropiación del espacio urbano. Brindando
importancia a la propia experiencia del actor en la búsqueda del significado y
comprensión de la realidad.
1.
Referentes
Teóricos
El análisis de
los procesos de la seguridad ciudadana conlleva una serie de retos, entre los
cuales, encontramos el de evaluar el papel del Estado en el cumplimiento de su
función de garante de dichas condiciones de seguridad. Este hecho es de suma
importancia pues el incumplimiento de esta función, conlleva a la reformulación
de la manera en que habitamos la ciudad y más aún, a la deslegitimización del
rol del Estado; estos hechos pueden traducirse en la privatización de la
seguridad pública, la creación de comités de seguridad y de limpieza social,
entre otros. En este apartado partiremos
de dos enfoques necesarios; la perspectiva de la seguridad ciudadana y la
construcción social del miedo en la ciudad.
La perspectiva de la seguridad ciudadana
La seguridad
ciudadana es un elemento que surge con la fundación de la idea de Estado,
siendo históricamente estos aparatos estatales, los encargados de velar por su
cumplimiento y garantía.
Durante el siglo
XX, Centroamérica se caracterizó por la presencia de amenazas bélicas derivada
de la actividad de movimientos insurgentes y de la existencia de gobiernos
autoritarios. Es así que en Guatemala, El Salvador y Nicaragua se experimentó
guerras internas durante la década de los ochenta, que de alguna manera marcaron
un escenario de violencia con secuelas políticas, sociales, económicas y
psicológicas.
Con los procesos
de pacificación de Contadora y Esquipulas en la década de los ochenta, se
inicia una etapa de transición hacia la democracia, así como la reactivación de
la integración centroamericana. En términos de seguridad, también se inicia la
Reforma del Sector Seguridad que trataba de cumplir con dos ejes de
transformación: “elevar la eficacia y eficiencia del sector para que el Estado
cumpla con brindar seguridad a los ciudadanos por una parte, y por la otra, que
ello se alcance en observancia de los principios democráticos y la vigencia del
Estado de Derecho” (Aguilera, 2008).
Sin embargo, las
experiencias durante el conflicto armando se relacionan con la percepción y uso
de la fuerza legitima por parte del Estado, el cual se desarrolló por mucho
tiempo, bajo un paradigma que no distinguió entre la seguridad de Estado y la
seguridad de su población, hecho que aún tiene fuerza con el endurecimiento del
concepto de seguridad, luego de los atentados de septiembre 11 en Estados
Unidos.
Esto
se ve reforzado con las luchas que se financian en la región contra el narco
tráfico y el fenómeno de las pandillas.
Intentando
sistematizar las principales concepciones que rigen en el enfrentamiento de la
violencia urbana, se pueden encontrar dos vertientes fundamentales: una,
inscrita en una política de Estado -hoy dominante- que propugna el control de
la violencia a través de la represión y privatización (Carrión, 1994: 32).
Si partimos
desde la primera de las concepciones, Carrión nos dice que, el control de la
violencia sigue estando inscrita dentro de los parámetros de seguridad nacional
y de Estado, lo cual significa que no existen diferencias en la forma en que
percibimos y castigamos socialmente hechos por demás dispares, como el
terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia común. Esto bajo el paraguas de
que toda violencia afecta la vida en sociedad y las estructuras del Estado, de
la propiedad privada por un lado y la legitimidad del Estado por otro (Carrión,
1994: 37).
Uno de los más
graves problemas que sobre seguridad afectan a la consolidación democrática,
refiere a que un aparato estatal, pese a sus intenciones, no tenga la capacidad
de brindar seguridad; en cuyo caso se puede producir como efecto principal la
pérdida de confianza de los ciudadanos en su régimen político, afectando la
legitimidad del orden establecido (…). Situación que se ha incrementado en el
marco de los procesos de transición a la democracia en América Latina, representando
uno de los elementos centrales de la crisis de gobernabilidad (Aguilera, 1996:
14).
De esta manera,
los Estados débiles deben afrontar los conflictos, generados por diversos
fenómenos de violencia social y criminalidad. Lo cual puede crear crisis de legitimidad
del Estado, conduciendo a una diversa gama de propuestas privadas o locales de
combatir estos fenómenos. Tomando en cuenta que la seguridad refiere
esencialmente a funciones básicas de un Estado: “En su aplicación más
específica, protegerla frente a los fenómenos de criminalidad que amenazan su
bienestar” (Arévalo de León,
2002: 235).
De cualquier
manera, la seguridad ciudadana se ha convertido en un elemento fundamental en
las agendas políticas de la región, siendo de las principales demandas sociales,
relacionadas no solo con la violencia o delincuencia real, sino también con las
percepciones que las sociedades tienen de ella.
En este sentido,
las problemáticas de seguridad tienden a vincular varios elementos: “(…) las amenazas externas derivadas de
factores fuera de su control, las amenazas internas derivadas de sus
limitaciones para desarrollar políticas que promuevan el bienestar de la
sociedad y sus instituciones y que contrarresten los riesgos que las afectan” (Arévalo
de León, 2002: 23).
Sin embargo,
desde otros enfoques la seguridad ciudadana se convierte en una reacción a las
concepciones más estatocéntricas y de control en términos de seguridad pública.
Partiendo en primera instancia, de la delimitación de los campos de acción
entre ámbitos militares y policiales en términos de seguridad, por un lado, y de
la protección de la ciudadanía y los bienes públicos y privados como objetivo
fundamental del Estado. Esto por supuesto bajo el paraguas de la estabilidad
democrática (Arévalo de León, 2002:
236).
De tal manera,
la seguridad ciudadana nos remite a un marco amplio de relaciones democráticas
que pretenden reforzar por un lado el papel del Estado, sus instituciones, sus
marcos legales y de acción. Pero también, legitimar el papel del Estado en el
cumplimiento de su función de asegurar la seguridad social ciudadana.
La seguridad
ciudadana entendida de esta forma, no es más que: “una relación sociedad-Estado que, a la par que enfrenta el hecho
delictivo, busca construir ciudadanía e instituciones que procesen los
conflictos democráticamente” (Carrión, 1994: 37).
La construcción social del miedo en la ciudad
Habitar la
ciudad en su sentido moderno, nos permite evaluar la relación existente entre
lo moderno y lo tradicional. Es decir, entre la tecnología, la moda, la
comunicación de masas y las pautas culturales de los actores sociales que la
habitan; actores que a su vez, conforman una masa heterogénea de percepciones,
ideologías, religiones y culturas.
Si bien es
cierto, pensar la ciudad como categoría de análisis remite a una serie de
problemáticas por demás importantes, el papel que juega en la actualidad la
inseguridad es fundamental, para comprender las lógicas de apropiación del
espacio urbano, así como el sentido que damos a la convivencia en la ciudad.
A nivel
latinoamericano, podemos observar el incremento de las ciudades producto del
acelerado proceso de urbanización reflejando una realidad con nuevos problemas,
siendo uno de ellos la violencia delincuencial urbana. Este escenario se
fortalece a raíz de la crisis económica y las políticas sociales desarrolladas
para mitigar la violencia delincuencial, pero el impacto que han tenido en la
población se manifiesta en el incremento de la inseguridad ciudadana, y por
ende, de la calidad de vida de la población.
La
dimensión y el particular carácter de la violencia a nivel urbano, la ha
convertido en un foco importante de preocupación, tanto para la ciudadanía en
tanto víctima colectiva, como para los Estados. Pues esta se encuentra
relacionada con aspectos fundamentales de la calidad de vida de cada uno de los
grupos sociales que habitan la ciudad.
Convirtiéndose, en una de las evidencias más tangibles de los problemas
urbanos.
En este sentido,
los hechos de violencia urbana tienen un fuerte impacto social, que para
algunos expertos del tema, va mucho más allá del daño ocasionado a las víctimas
directas: “La violencia produce una victimización
vicaria en la sociedad. La sociedad se siente víctima en su conjunto por la
noticia de una muerte de un ciudadano pues le duele su perdida, pero se siente
también amenazada. Vive en la muerte del otro lo que pudiera ser su propia
muerte”
(Briceño-León, 2011: 2).
Con este
abordaje desde la ciudad, no se pretende
determinar que la violencia se genera únicamente en las ciudades, como un
fenómeno exclusivo, se trata de percibir la ciudad como el espacio de
construcción social, de construcción de ciudadanía, y de cómo, este escenario
permite la formación de una identidad colectiva.
Es importante
recordar que la violencia y la delincuencia son hechos sociales “reales”,
procesos por el cual se atenta física y/o emocionalmente contra una persona o
grupo de personas; pero a su vez, son una construcción simbólica, reconstruida
a través de las relaciones sociales de convivencia, a lo cual debe sumarse el
papel de los medios de comunicación (televisión, radio y periódicos) encargados
de reconstruir vivencias, que luego serán transmitidas en forma de mensaje a otras
personas. Es así que “La reconstrucción de lo real y su impacto, se
relaciona con el modo cómo las personas producen y consumen la información, con
sus temores, con lo que ellos esperaban de la realidad y que pudo ocurrir o no” (Briceño-León, 2005: 3).
La relación de
la violencia con los medios de comunicación responde a procesos de
globalización mundial. En este sentido, la televisión representa un espacio de
socialización significativo y de gran importancia, el cual ha provocado “un proceso de homogeneización cultural
fundado en la violencia” (Carrión, 2003:159). Con este proceso de
homogeneización estamos observando una transformación de los espacios de
socialización tradicionales en nuevos escenarios de socialización (como la
televisión, la calle, el parque) donde predomina el consumo de la violencia en
la población joven principalmente.
Así mismo, los
medios escritos transfieren la violencia a un nivel primario que permite la
construcción de percepciones, muchas veces, distorsionadas que no sólo
magnifican los hechos, sino que además, proyectan la violencia a través de la
difusión de modelos y valores delictivos y conductas violentas como parte de la
cotidianidad en el hogar, en el barrio, en la ciudad en lugar de favorecer a su
mitigación.
De esta manera,
los sentimientos de temor pasan a formar parte de nuestra percepción del
espacio que habitamos, identificamos sitios específicos y tipologías de
personas que parecen peligrosas. Los miedos construidos socialmente tienen así,
componentes reales e imaginarios:
La
representación del miedo es social por un lado porque es colectiva, es decir,
surge entre los individuos y tiene al final como destino los propios
individuos, pero no se corresponde con uno o con otro, sino que es común a una
sociedad o a un grupo social determinado (clase, etnia). Y, de manera más relevante,
es social porque es producto de la interacción de distintos actores, es decir
no la crea ni la vive un solo actor, sino una multiplicidad de actores que en
sus intercambios de informaciones preñadas de prejuicios y deformaciones, crean
un resultado, una noción, que guía el comportamiento de los individuos (Briceño-León,
2005: 5).
Estos hechos cobran especial relevancia en las
ciudades, por su composición social, económica, ideológica y política. En todo
caso tal heterogeneidad, aún siendo fuente de conflictos sociales no se
convierte en la causa de la violencia, como tampoco lo es la pobreza por sí
misma. Deben aún más tomarse en cuenta las condiciones marcadamente desiguales
en cuanto a participación y construcción de ciudadanía que ahí podemos encontrar.
La restricción
del origen y fuente de la ciudadanía, y la merma de las condiciones de vida
son, a su vez, causa y efecto de la violencia urbana. Por ello el incremento de
la violencia urbana y, por esta vía también, el crecimiento de la inseguridad
ciudadana y la reducción de la calidad de vida de la población, tienden a
afectar la esencia misma de la ciudad: sus posibilidades de socialización
(Carrión, 1994: 33).
Las ciudades son referentes de desarrollo y modernidad, reales e
imaginados. Del mismo modo la violencia y el miedo son reales e imaginados. El
miedo se construye así, no solo por los hechos que observamos en la prensa
escrita y televisada. Sino también, en base a representaciones sociales e
imaginarios que giran en torno a los discursos que en la cotidianidad se
construyen entorno a los sucesos violentos. Estos discursos institucionales o
no, son una fuente importante de la base de nuestros miedos, pero también lo
son las relaciones sociales cotidianas, los rumores, y experiencias personales,
de familiares o amigos.
El
miedo se convierte así en un producto social, que encuentra sus bases en las
estructuras y dinámicas de convivencia en la ciudad. Experiencias concretas de
lo urbano. “El miedo, además de ser un
fenómeno psicológico, es un hecho social que se comprende desde procesos
políticos y culturales históricamente situados” (Carrión y Núñez, 2006: 16).
De tal manera los imaginarios del miedo, están
relacionados con la forma misma en que se estructura la ciudad, aún cuando no
es un hecho exclusivamente urbano, la ciudad consta de elementos que
potencializan estos imaginarios. Es un espacio geográficamente más grande, no
se cuentan con redes de solidaridad y compadrazgo tan profundas como en el caso
de comunidades indígenas y zonas rurales y su desarrollo urbanístico ha sido
principalmente desordenado. Marcado por un crecimiento acelerado de su
población (Carrión
y Núñez, 2006: 6).
2.
Nicaragua:
escenario de violencia en la región centroamericana
La región
centroamericana ha experimentado una serie de momentos históricos que han marcado
el rumbo en el escenario de violencia que se vive hoy en día en cada país de la
región con diferentes expresiones. La revisión documental sobre el tema nos
lleva a fijar la atención en tres momentos significativos: antes de la década
de los 80, durante el conflicto armado y después de los Acuerdos de Paz en la
región.
Antes de los 80
en la región, prevalecía una constante por la presencia de formas tradicionales
de violencia institucionalizada y de carácter político promovida por gobiernos
militares. Sin embargo, las otras manifestaciones de violencia se desdibujaban
en un contexto convulso con predominio de la desigualdad en la distribución de
la riqueza y la exclusión social en el marco generado en todo el mundo por la
guerra fría (Lungo y Martel: 2003).
Durante la
década de los 80 algunos países de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y
Nicaragua) experimentaron conflictos armados por razones políticas, que de
alguna manera, incrementaron y transformaron las manifestaciones de violencia.
Este panorama cambia en la década de los 90, cuando inician los procesos de
negociación en Guatemala y El Salvador con la firma de los Acuerdos de Paz,
dando paso a la transición democrática. Para el caso de Nicaragua, se inicia
con las elecciones realizadas en 1990 donde la Unión Nacional Opositora (UNO)
llega al poder.
Estos hechos
marcan una importante etapa de transición política, económica y social para los
países de la región. A pesar de ello, La
violencia no desaparece, sino que se transforma; estos cambios significativos se
expresan en el paso de violencia de Estado a clima de violencia social.
Caracterizada por el aumento de la criminalidad expresada tanto en la
delincuencia común como en la organizada. Es así que en Centroamérica se marca
una etapa donde prevalece la violencia como fenómeno social y la inseguridad
ciudadana.
En el caso
particular nicaragüense, el proceso de negociación coincidió con el cambio de
gobierno en un ambiente de transición democrática, sin embargo prevalecieron
situaciones que no permitieron la estabilidad política, tales como, un sistema
débil de administración de justicia, ausencia de proyecto político y de
gobernabilidad democrática.
La violencia en
América Latina ha alcanzado grandes magnitudes hasta el punto de considerarse
como parte de la cotidianidad. A nivel mundial, es la región que presenta las
tasas más altas de homicidios (27.5 homicidios por cada 100,000 habitantes,
incluyendo 32 países). A este dato debemos agregar el incremento en las tasas
de violencia intrafamiliar que representa altos costos económicos y sociales. Estos
hechos de violencia se reflejan en algunos países de la región como en El
Salvador (que paso de 37 a 55 homicidios por 100,000 habitantes) y Guatemala
(de 25,8 a 42 homicidios por 100,000 habitantes) (Buvinci, 2008).
Cuadro 1: Tasas de homicidios por cien
mil habitantes en Centroamérica (2005)
Aguilera
(2008) sostiene que los temas actuales de seguridad que están abordando en los
estados centroamericanos se encuentran: el combate al problema de las drogas,
crimen organizado, maras o pandillas, seguridad fronteriza, terrorismo,
seguridad de las personas y sus bienes y asistencia jurídica y extradiciones.
Fuente: Aguilera, G. (2008)
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Entre los temas de interés podemos
observar que la agenda de seguridad está orientada hacia los cuatro ejes:
seguridad ciudadana, seguridad ecológica, riesgos a la seguridad derivados de
falencias económicas-sociales y el tema del terrorismo.
Cuadro
2: Temas de interés sobre seguridad en Centroamérica
Fuente: Aguilera, G. (2008)
Al revisar los
diarios escritos y televisados, es notorio el incremento en los homicidios y
casos de violencia, los cuales tienen un gran impacto en las condiciones de la
salud física de la población y en las economías locales. Esto es agravado en
los sentimientos de las personas y en la confianza hacia las instituciones de
Estado. A su vez, estos sentimientos tienen una carga real a causa del
incremento de la violencia y se fortalecen con angustias compartidas. Podría
decirse entonces, que hay una construcción cohesionada a partir del sentimiento
del riesgo que se corre como miembros de una sociedad.
En los discursos
oficiales de la Política Nacional de Nicaragua y a nivel de estadísticas
centroamericanas, Nicaragua figura como uno de los países más seguros de la
región. Esta aseveración responde a un eslogan “Nicaragua el país más seguro de Centroamérica” de carácter oficial que fue utilizado durante
el año 2001 al 2004 el cual pretendía reflejar los bajos índices en las tasas delictivas;
siendo un punto de inflexión que modificó el panorama en términos de seguridad
del país.
En este sentido,
se marcó un acontecimiento de gran impacto sobre el tema de seguridad en el
país, puesto que en el 2001 la labor de la Policía Nacional permitió desarticular
a los últimos grupos armados (principalmente del Frente Unido Andrés Castro
FUAC) provenientes del conflicto durante los años 80. Además, la Policía
Nacional se perfila como un modelo policial preventivo, proactivo y
comunitario; que ha permitido el trabajo articulado con la comunidad siendo un
indicador de importancia sobre las estadísticas.
No cabe duda,
que se puede afirmar que Nicaragua sigue reflejando una de las tasas delictivas
más bajas junto con los países del sur de la región centroamericana.
Contrariamente no se puede afirmar que sea un hecho sostenible perse, en tanto existan riesgos que posibiliten
el incremento de la delincuencia en el país.
Nicaragua se
ubica en un contexto regional que no es ajeno a la coyuntura global ni a los
procesos culturales, históricos, políticos y económicos que han marcado el
desarrollo de la sociedad. En este sentido, el país enfrenta una serie de
riesgos, que según Bautista (2011) propician un escenario de vulnerabilidades
que atentan la seguridad ciudadana; entre ellos: la incidencia de la
delincuencia organizada trasnacional; la desocupación y la alta informalidad
económica; el incremento de las demandas sociales en medio de las limitaciones
de desarrollo humano; limitadas opciones de desarrollo de los jóvenes al
desarrollo integral; y la insuficiente cobertura de las instituciones públicas
(ámbitos sociales, justicia y seguridad).
A pesar del
panorama descrito por Bautista, es notorio que el incremento de la inseguridad
se da en menor proporción que en los países del norte centroamericano, dadas las
causas culturales, históricas, económicas e institucionales. Sin embargo, la
percepción de inseguridad que la población construye como parte de sus
imaginarios, se ha incrementado debido a que en el país hay más delitos y la capacidad
de respuesta institucional se ha visto afectada.
Aún cuando
Nicaragua, presenta condiciones favorables en cuanto a las estadísticas de
violencia y delincuencia común en relación a otros países del istmo centroamericano.
Es indudable el aumento de la misma en términos reales y simbólicos; jugando un
rol significativo los medios de comunicación.
De acuerdo con
la Organización Panamericana de la Salud (OPS), un índice “normal” de
criminalidad es el que se ubica entre 0 y 5 homicidios por cada 100 mil
habitantes por año. Este nivel de criminalidad puede ser tratado con los
mecanismos convencionales. Cuando el índice de homicidios excede de 10, una
sociedad se enfrenta a un cuadro de criminalidad “epidémica”, la cual ya no
puede ser tratada por las vías convencionales (Silva, Adán y Galeano, Luis,
2008).
El papel de las
cifras y discursos oficiales, aunados a la mediatización de los hechos
delictivos y violentos que pueden observarse por la televisión y medios
escritos, pueden repercutir en alguna medida en las percepciones y sensaciones
de la sociedad nicaragüense, lo cual hace necesario el análisis de dichas
percepciones, su construcción y su vinculación con la vida en la ciudad de
Managua.
El indicador más idóneo para comparar los niveles
de seguridad ciudadana en la región, es la tasa de homicidio, por ser el delito
más grave. Según las cifras de la región, las tasas de homicidio en Nicaragua
son un poco más altas que en el sur (Costa Rica y Panamá), pero a la vez, 1/3
de veces más bajas que en el norte (Guatemala, El Salvador y Honduras). De
igual manera, los homicidios ocasionados con armas de fuego en Nicaragua, son
menores que en los países del norte, a pesar de los vestigios del conflicto
armado de los años 80.
Según
datos del PNUD (2011), la tasa de victimización entre 1998-2009 representa el 14
y 17%; los delitos oscuros (sin denunciar) se mantiene entre 45-55%; aumentando
el riesgo de ser víctima de cualquier delito a 2.5 veces. Datos oficiales del 2008-2009
registraron 13 homicidios por cada 100.000 habitantes; en tanto que en El
Salvador hubo 76, en Honduras 67, en Guatemala 48, en Panamá 24 y en Costa Rica
11 homicidios.
En
2010 para el caso del Departamento de Managua, existieron según estadísticas de la Policía Nacional 68,213
denuncias. 1,079 robos, 299 hurtos, 307 lesiones, 412 robos de vehículos, 63
delitos sexuales y 17 homicidios por cada 100 mil habitantes (PN, 2010).
Una
de las diferencias de los niveles de seguridad ciudadana de Nicaragua en
relación al resto de países de la región se debe a la credibilidad en sus
instituciones. Con base a la III Encuesta de Seguridad Ciudadana (IEEPP, 2009)
el 45.9% de la población encuestada califica la labor de la Policía como
positiva por su profesionalismo y acercamiento a la comunidad.
A
pesar de ello, puede observarse un fenómeno interesante en relación a la
seguridad ciudadana, como lo es la proliferación de las empresas de seguridad
privada. El boom de dichas empresas se da a finales de los años 90, en el marco
de los procesos de democratización de la región luego de los largos años de
lucha armada interna. Principalmente debido al excedente de armas y mano de
obra califica, entrenada para este tipo de situaciones, y por otro lado, la
incapacidad de respuesta de las instituciones estatales, dado el incremento de
violencia delincuencial en la región.
El
aumento de dichas empresas, ha sido tan acelerado que la Policía Nacional las
toma en cuenta dentro de su modelo y plan de acción. En 1995 existían solamente
8 de estas empresas, para 1999 había 47 y para el año 2000, 53 empresas que contaban con un total de 6,536 empleados, mientras que la
Policía Nacional tenía para la misma fecha 6,067, de los cuales solamente 4,005
pertenecían a las áreas operativas (Cuadra, 2000). En el año 2003 existían ya
86 empresas de seguridad privada que tenían un total de 9,012 efectivos,
mientras que la Policía Nacional poseía 7,200. Esta tendencia sigue marcándose
para el año 2012 encontrando un total de 145 empresas con 16,000 trabajadores,
mientras que la Policía Nacional cuenta con 12,000 agentes, de los cuales 2.376
operan en Managua (PN, 2010b).
Este
fenómeno enmarcado en una crisis de respuesta institucional, al igual que en
otros espacios de la vida social como la educación y la salud, permite observar
no solamente las debilidades de la Policía Nacional en cuanto a su marco de
acción. Pero además, los problemas e incapacidades estatales para brindar a
esta institución los elementos necesarios para el desarrollo de su labor. De
tal manera que las empresas de seguridad privada tienden a contar con mayores
recursos humanos, financieros, de transporte, de armas, tecnológicos y de
comunicación que la Policía Nacional (Cuadra, 2000).
Por
otro lado, existen en el país 52,390 armas legales en manos de civiles y 29,414
pertenecientes a las empresas de seguridad privada, siendo imposible estimar la
cantidad de las cifras negras. La
mayoría de estas armas se encuentran en los departamentos de Managua, León,
Chontales y Matagalpa. Los cuál obliga a preguntarse sobre las percepciones de
la seguridad. Puesto que un buen número de ciudadanos recurre tanto a la
seguridad privada, como a la portación de armas.
Este
último hecho es de suma importancia y debe ser evaluado como un factor
estructural de la producción de la violencia y la inseguridad en el país. Más
aún si se toma en cuenta que según el Banco Mundial (2011), uno de los factores
determinantes del nivel generalizado de violencia en la región es precisamente
la disponibilidad de armas.
Por
otra parte la tendencia creciente a optar por las empresas de seguridad
privadas, tanto en el ámbito empresarial (bancos, comidas rápidas, supermercados,
etc.), como en el ámbito doméstico, puede ser visualizada como mecanismos
alternativos y complementarios a la seguridad pública.
A
nivel urbano y debido a la disponibilidad de estas empresas a nuevas
tecnologías, se visualiza una transformación del paisaje, encontrándonos cada
vez más con hogares que cuentan con cámaras de seguridad, alambrados
eléctricos, sistemas de comunicación avanzados y otros mecanismos, que a su vez
se convierten en indicadores de las transformaciones de la percepción de la
seguridad y de la cultura urbana en un escenario de globalización tecnológica.
3.
Percepciones
sobre seguridad ciudadana y discursos
Es
conocido que las percepciones hacen referencias a distintos niveles de
apropiación subjetiva de la realidad, orientadas a la satisfacción de
necesidades individuales y colectivas. A su vez, estas se vinculan al
pensamiento simbólico del que forma parte a partir de las estructuras
culturales, ideológicas, sociales e históricas que orientan en gran medida, la
forma en que los grupos sociales se apropian del entorno.
Vargas
(1994: 49) propone que la percepción debe ser entendida como parte de los procesos
históricos, por su ubicación espacial y temporal, en tanto, depende de las
circunstancias cambiantes y de la adquisición de experiencias novedosas. Antropológicamente,
la percepción es entendida como la forma de conducta que comprende el proceso de
selección y elaboración simbólica de la experiencia; a través de la vivencia la
percepción atribuye características cualitativas a los objetos o circunstancias
del entorno mediante referencias del sistema cultural e ideológico del que
forman parte.
Desde
esta perspectiva, se pretende establecer la correlación entre la construcción
de las percepciones a partir del legado cultural e histórico, como parte de los
elementos claves con el que los individuos socializan. En este sentido, es
importante conocer las percepciones que sobre el tema de seguridad ciudadana están
construyendo e integrando a los imaginarios y discursos para los habitantes de
la ciudad de Managua.
Ya
hemos mencionado que la inseguridad ciudadana se percibe como el riesgo de ser
víctima de delitos. Es así, que las percepciones construidas sobre la relación
entre inseguridad-miedo-ciudad son poco conocidas, siendo este trinomio un tema
de interés a investigar. Además, permite reflejar el tránsito que ha tenido las
diversas manifestaciones de violencia urbana en las últimas décadas y en las
principales ciudades de la región centroamericana.
La
ciudad representa el espacio donde confluyen múltiples escenarios y variadas
relaciones que permiten la construcción de imaginarios y discursos ligados al
tema de la inseguridad. Entre los principales aspectos reflejados en algunos
estudios (III Encuesta sobre Percepción y Seguridad Ciudadana, IEEPP-2009 y
Diagnóstico Seguridad Ciudadana en Nicaragua: riesgos, retos y desafíos, (PNUD-2011)
destacan las percepciones que la ciudadanía nicaragüense está asumiendo sobre
el tema; por ejemplo sobre lugares seguros
(hogares, vecindarios y escuelas) e inseguros en la ciudad (centros comerciales
y parques públicos), horarios seguros (durante horas de la mañana) e inseguros
para la movilización (durante la tarde y parte de la noche), incremento de la
inseguridad, confianza ante las instituciones relacionadas con el tema, etc.
A
raíz de esas percepciones se construyen discursos colectivos que marca
situaciones tangibles e intangibles que se arraigan en los imaginarios y
coinciden con la construcción de sentimientos como el miedo.
Podemos
encontrar a su vez discursos institucionales como el de la Policía Nacional y
del gobierno, que proyectan la imagen de Nicaragua como un país seguro dentro
de la región centroamericana
hecho fundamental en el análisis de las percepciones de la
seguridad-inseguridad. Puesto que estas se constituyen a través de la
comparación directa con otras realidades, lo cual a nivel institucional,
permite la legitimación interna de los discursos y prácticas del Estado en
cuanto a seguridad ciudadana refiere. Creando marcos de referencia de lo que es
y no es seguro. Reforzando de esta manera los ejercicios discursivos de la
Policía Nacional.
Nuestro modelo
policial es un modelo preventivo, proactivo, comunitario, profundamente
arraigado en el corazón de la comunidad y creo que esta es su mayor fortaleza y
creo que eso es lo que hace la diferencia. Si la Policía Nacional de Nicaragua
no tuviera esa base o no estuviera enraizada en la comunidad de la manera en
que lo está, no podríamos tener un aparato de inteligencia tan fuerte como lo
tenemos para poderle hacer frente al crimen organizado internacional y de la
misma forma si nosotros no tuviéramos órganos investigativos de inteligencia
fuerte, tampoco podríamos hacer un buen trabajo preventivo en la comunidad (Granera,
2011).
Tenemos que
fortalecer este modelo, porque estamos claros que es una responsabilidad conjunta,
responsabilidad compartida, los organismos especializados haciendo su parte y
la comunidad trabajando con ellos para fortalecernos en todo sentido, desde los
valores cristianos, socialistas y solidarios (Murillo, 2012).
En
relación a estos discursos, merece
especial atención la línea de trabajo de la Policía Nacional. La cual se enfoca
en siete ejes transversales: la prevención del delito, violencia y delincuencia, la participación
comunitaria, la intersectorialidad, la coordinación interinstitucional, el
enfoque de género, la educación y la relación Policía Nacional-Comunidad (PN,
2010b). Siendo uno de los elementos con mayor fuerza trabajados la
participación comunitaria.
En este sentido, el involucramiento de la
sociedad civil en la prevención del delito, violencia y delincuencia ha
permeado la construcción social de la seguridad, ampliando la cobertura, fortaleciendo el trabajo desde lo local hacia
lo nacional y permitiendo legitimar el trabajo institucional a nivel de la
sociedad civil.
Sin
embargo, los discursos institucionales, provenientes tanto del poder Judicial
como Ejecutivo intentan reforzar los sentimientos de seguridad a través de
ejercicios perlocutivos directos, que hacen alusión en muchos casos al papel de
la Policía Nacional en un plano nacional y a las bajas cifras de violencia de
Nicaragua en relación a otros países de la región:
Nicaragua es un
paraíso de seguridad en la región, y el único país de Centroamérica donde el
crimen organizado no ha logrado asentarse, ni infiltrado las instituciones. Al
contrario ha sido fuertemente golpeado por el Ejército y la Policía (Granera,
2012).
La seguridad ciudadana es real y el que lo dude que se vaya a los otros países
centroamericanos para que vean la diferencia; a veces no vemos lo que tenemos,
ni apreciamos lo que tenemos (Granera, 2012).
Retomando
estos planteamientos, las percepciones sociales deben ser entendida como un
clima social, en el que el convencimiento real y psicológico de la seguridad se
entrelaza directamente con la eficacia del sistema jurídico, pero a su vez con
los patrones de comportamiento y actitudes que desde la institucionalidad se
generan para la protección de los ciudadanos y el mantenimiento de una sociedad
segura (Pointevin, 1996). Tomando en cuenta demás que la seguridad como
concepto “refiere a una de las funciones básicas de todo Estado: brindar
protección a la población que lo constituye” (Arévalo de León, 2002: 235).
Siguiendo
a Arévalo de León (2002), el fenómeno de la seguridad se encuentra permeado por
el grado de solidez y funcionalidad de sus instituciones, algo que de manera
comparativa a nivel del istmo, el gobierno nicaragüense y la Policía Nacional
han logrado. Remarcando sus fortalezas estructurales, en cuanto a la capacidad
de cumplimiento de sus funciones; y sus fortalezas hegemónicas, relacionadas a
los recursos y expresiones de poder coercitivo atribuido a ellas por medio de
la legitimidad que la sociedad le atribuye.
De
tal manera, que cierta parte de la ciudadanía tiende a confiar en sus
instituciones a pesar del impacto que los medios de comunicación generan con
sus notas rojas. Deformando la realidad e incrementando el sentimiento de
inseguridad como una especie de caja de resonancia que homogeniza el miedo. En
otros casos, estos discursos institucionales contrastan con las realidades de
los espacios en la ciudad, donde la confianza en las instituciones es menor y
no brinda percepción de seguridad ciudadana.
A
nivel ciudadano la seguridad en la ciudad es percibida de distinto modos, en
dependencia directa a otros elementos constituyentes de la calidad de vida: la
pobreza, la exclusión, la infraestructura vial, el acceso a servicios públicos
y el alcance de las instituciones del Estado. Es por esto, que si bien, parte
de la población se identifica de manera positiva con el trabajo realizado en
búsqueda de la seguridad ciudadana, en otros sectores poblacionales se
incrementa el sentimiento de inseguridad y descontento hacia las instituciones
encargadas de esta labor.
He visto a los
policías en las paradas, cerca de las bahías de los buses, ellos no están
dentro de la bahía y siempre que los veo están platicando o están con el
celular mandando mensajes (Castillo, 2012: entrevista).
La policía,
normal en las estaciones, es horrible. Cuando me asaltaron y me robaron el
celular, llame a la estación para reportar el robo, pero fue incómodo, porque
la operadora me mandaba a Ciudad Sandino y soy de Bolonia, y no pude nunca
poner la denuncia (Martínez, 2012: entrevista).
Por
ejemplo, en las respuestas de distintos líderes comunitarios, de algunos barrios
empobrecidos de Managua al preguntárseles al respecto de la seguridad de sus
comunidades, pueden encontrarse una serie de sentimientos que nacen de las
necesidades que su realidad inmediata les imponen: descontento, desilusión,
temor, apatía e incluso conformismo son parte del variado repertorio de percepciones
y emociones que se desencadenan del poco impacto de las acciones contra la
delincuencia y la violencia cotidiana.
Aquí no hay
seguridad, no hay policía y los delincuentes hacen lo que quieren. En las
noches no se puede ni salir, es mejor quedarse encerrada (Espinoza, 2012:
entrevista).
No se puede ir a
todo el barrio, allá abajo seguro nos asaltan, y los muchachos de allá abajo
están armados y no se llevan con los de acá arriba. Hoy mismo en la mañana hubo
un tiroteo en la calle principal del barrio. Pero cuando la policía pone
estaciones móviles la cosa se calma, pero cuando se van, todo sigue igual. Es
peligroso (Herrera, 2012: entrevista).
En esa misma
esquina asaltan, andan por grupitos. Uno llama a la policía y nunca aparecen.
Ahí se mantiene en el parque y esquinas fumando y haciendo quién sabe qué
(Corea, 2012: entrevista).
Estas
situaciones se encuentran sumamente relacionadas al espíritu mismo de la vida
en la ciudad. Por sus características y
acelerado crecimiento urbanístico y poblacional, así como por sus variadas y
contrastantes realidades, en los centros urbanos la violencia tiende a
magnificarse afectando la calidad de vida de todos los sectores sociales que la
habitan, convirtiéndose también, en una de las expresiones más claras de la
crisis urbana (Carrión, 1994. 30).
Es
por esta razón que los discursos urbanos de los empobrecidos y excluidos en
diversos barrios de la ciudad de Managua, despliegan una compleja variedad de
sentimientos. Al mismo tiempo que los fenómenos de delincuencia y violencia
aumentan, son las poblaciones urbanas las que se reconocen a sí mismas como víctimas,
ya sea colectiva o individual, lo que los lleva a colocar dichas problemáticas
por encima de otras dificultades sociales. A su vez, puede encontrarse la idea
de que Managua por sus características específicas, se presenta como un lugar
que incrementa la vulnerabilidad:
Managua
es una ciudad que no ha sido diseñada para ser ciudad, no hay espacios de
seguridad. Por ejemplo, hay muchos espacios baldíos, hay muchos callejones, hay
muchos espacios donde no hay posibilidades de movilizarse muy bien (Castillo:
2012: entrevista).
Así
pues, el desgasto social producido por el control de la delincuencia o
simplemente por el miedo a ella no permiten organizar a estas sociedades en
busca de mejoras ambientales, educativas o de otro tipo. Dado que el contexto
del miedo permea a estas colectividades, la mayoría de esfuerzos encaminados a
otras esferas de la calidad de vida, serán poco abordados por esas poblaciones.
Sumado
a esto, se puede observar que las representaciones de la seguridad están
ligadas a territorios y horarios del miedo, lo cual es reflejado tanto en las estadísticas
oficiales como en los discursos cotidianos. Así por ejemplo para la Policía
Nacional identifica que los horarios de mayor vulnerabilidad se encuentran
entre las cuatro de la tarde a media noche (PN, 2010). Situación reflejada en
los discursos:
Me hacen sentir insegura un montón de cosas. Transitar en
las calles, salir de noche del trabajo, a veces tengo que salir 6 o 7 de la
tarde, y como siempre ando sola me da miedo, porque a esa hora los asaltos son
bastantes (Osorio, 2012: entrevista).
Los horarios más
peligrosos son en la tarde, después de las 5pm hasta la noche (Ordoñez, 2012:
entrevista).
Para
Carrión y Ñunez (2006), las marcas territoriales del miedo se convierten en los
espacios donde las poblaciones “construyen
y depositan un imaginario de temor, a partir de los cuales se extiende a la
totalidad de la ciudad” (Carrión y Nuñez, 2006: 8). Estos territorios e
itinerarios del miedo se construyen a su vez por diversos factores, por su
ubicación estratégica, por el papel de los medios de comunicación o por la
incapacidad institucional para la atención de estos espacios:
Cuando
me subo a los puentes peatonales, siempre estoy pensando en dos cosas: o me
matan allá abajo un carro si me cruzo la calle o me matan allá arriba (del
puente peatonal) porque eso de los puentes, generalmente hay gente ahí. Y eso
debería de estar prohibidísimo. Cuando miro un grupo de 3 o 2 hombres, uno
piensa que van a asaltar o tienen una intención (Salazar, 2012: entrevista).
Aquí en Managua
pensaría en las paradas de buses que son el lugar donde te pueden asaltar y el
Mercado Oriental (Medrano, 2012: entrevista).
Como te decía
Mercado Oriental y el Huembés. Todos los lugares son normalmente inseguros,
Multicentro, Galerías, vos vas y escuchas que se han dado asaltos más
elaborados que conllevan un plan más estratégico (Mendoza, 2012: entrevista).
Queda
claro además que partiendo de una misma realidad, la percepción del miedo
contará con matices, entre los cuales podemos encontrar algunos elementos
fundamentales como el género, la clase e incluso el lugar de origen. En muchos
de los casos abordados, las personas provenientes del interior del país,
calificaban a Managua como un sitio de alto riesgo y violento comparado con los
lugares de origen
Si
te vas a otros departamentos, por ejemplo Diriamba, vos dejas tus cosas y no
pasaba nada. A mí me daba miedo, porque ya me había pasado en Managua. Pero la
gente en lugares más pequeños, cuida tus cosas, no te van a asaltar (Ordoñez,
2012: entrevista).
Para
otras personas (aún sin haber salido del país), Managua presentaba mucho
mejores condiciones que otras ciudades como Guatemala y El Salvador donde la
violencia alcanzaba niveles poco probables para el país. Sin embargo, para
algunos esta relación es inversa:
Si
bien, la idea que se maneja es que Nicaragua es uno de los países más seguros
de Centroamérica, yo creo que los nicaragüenses que vivimos acá, somos muy
cautelosos y lo tomamos en ese sentido, con mucho recelo; cuestionamos esa idea
(Castillo, 2012: entrevista).
Yo fui al
Salvador, y esa es otra idea, que en ese país hay mucha inseguridad a nivel de
Centroamérica. Y lo que yo sentí es que no tenía tanta inseguridad, no estaba
pensando tanto en eso, pero esa es la idea que se maneja aquí (Herrera, 2012:
entrevista).
Por
su parte las diferencias de género presentan distinciones en cuanto a las
representaciones del miedo y percepciones de la seguridad, no solo en aquellos
hogares donde la cabeza familiar son madres solteras o mujeres casadas cuyos
cónyuges han migrado, sino en términos generales debido al hecho de que ser
mujer incrementa el riesgo a ser víctimas de hechos delincuenciales o
violentos:
A mí no me gusta
tomar taxis, porque he escuchado historias de muchachas que les han pasado
cosas muy terribles en los taxis, no solo que les han robado, eso sería lo
menos importante, sino que han sufrido violaciones y otro tipo de cosas
(Gonzales, 2012: entrevista).
Otro
elemento que debe tomarse en cuenta es el tipo de ocupación, puesto que los
temores reales e imaginados se incrementan en determinados lugares y horarios,
situación relacionada a su vez con el tipo de trabajo realizado. Así por
ejemplo, a través de charlas informarles se puede constatar que trabajar como
taxista es una de las principales ocupaciones en que las amenazas y riesgos
tienden a marcar la percepción. Siendo este trabajo ocupado mayoritariamente
por hombres. La percepción de inseguridad asociada a este tipo de ocupación
laboral es de doble vía: por un lado, el temor del trabajador a ser víctima de
asaltos; y por otro, el temor de los usuarios a ser víctimas de los taxistas.
La
preocupación contemporánea de la seguridad radica en la fuerza notable que los
medios de comunicación han alcanzado y que facilitan las representaciones de la
violencia y del proceso de homogeneización del miedo en las ciudades. Aunque
los riesgos son diferentes, los miedos son iguales porque funcionan como caja
de resonancia.
Debe
notarse además el rol significativa de los medios de comunicación como filtro ideológico,
estos se enmarcan en un acontecer noticioso
altamente politizado y tendiente a la polarización social, reflejado
para cualquiera de las alianzas políticas a las que pertenezcan, en sesgos
significativos tanto en la forma, como en el contenido de la noticia televisada
y escrita.
Este
hecho es sumamente relevante para entender la configuración de las percepciones
de la seguridad en la ciudad y en el país. Puesto que la noticia invade la
cotidianidad con imágenes y contenidos alarmantes, reproductores del miedo, que
además tienden a la deslegitimización de las instituciones del Estado.
En
este sentido tal y como hace ver Fernando Carrión (1994), los medios de
comunicación se convierten en factores desencadenantes de la violencia urbana “no sólo porque producen conductas violentas
sino que también aparecen como generadores de modelos, valores y técnicas a
seguirse” (Carrión, 1994: 36).
Aún
así, debe tomarse en cuenta que existen dos esferas de proyección de la noticia
en el país, la primera de ellas es de carácter interno, en la cual tal y como
se ha descrito, obedece a patrones polarizantes, y la segunda a nivel regional,
en la cual desde diversos ámbitos se denota cierta valorización positiva de los
esfuerzos locales en relación directa con otras realidades centroamericanas,
fundamentalmente de aquellas que presentan peores escenarios que el
nicaragüense. La primera de las esferas pareciera arraigarse en la identidad
político-ideológica, mientras que la otra se afianza a la identidad nacional,
jugando el rol de marcador cultural y social ante otras identidades nacionales.
A modo de reflexión
En
términos históricos la recomposición de las fuerzas en el espectro social y
político significó, muchas veces, procesos de corte revolucionario y de
intervención militar en algunos países de centroamericanos, que sumado a la
creciente deslegitimación de las instituciones y a las desigualdades económicas
en circunstancias en que se reforzó la aplicación de una serie de prácticas
vinculadas con la violencia, el asesinato y la violación de los derechos
humanos contribuyó a configurar toda una cultura del miedo en la cual se
enmarca el conocido proceso de transición.
Como
menciona Torres-Rivas (1990), no es de extrañar que en estas circunstancias se
tratara entonces de procesos impuestos desde los centros hegemónicos de poder,
utilizando el miedo y la pauperización constante de los medios de vida como
mecanismos de chantaje para desplegar una forma de democracia que no entrara en
demasiadas contradicciones con el modelo económico que se impulsaba.
Estas
son algunas de las razones que conducen a Torres-Rivas a sostener que: “(...)
la transición ocurre desde una tradición y una estructura de poder
profundamente autoritarias”, a la que debemos sumarle las características de
regímenes políticos que conocen la práctica del miedo en gran escala para
desarrollar sus objetivos de desarticulación y desmovilización de toda forma de
organización y participación popular. Para Torres-Rivas, “(...) la noción de
democracia es reducida a un acto electoral y luego, el ejercicio del voto, como
un acto reglado (voto obligatorio), que se realiza en el seno de sociedades
aterrorizadas. De tal manera, que la cultura del miedo que existe hoy en las
ciudades centroamericanas son el resultado de la aplicación sistemática del
terror contra la población civil
En
torno a la construcción social de las percepciones de la seguridad, debe
tomarse en cuenta la diversidad de actores y los intereses de los mismos, si
bien en cierto que no solamente a nivel nacional, sino de organismos
internacionales como PNUD, se reconoce el notable esfuerzo del Sistema de
Justicia Nicaragüense, el imparable proceso de crecimiento poblacional y urbano
en Nicaragua obliga a reconocer aquellas voces diversas que reflejan tanto los
discursos oficiales y mediáticos, como las realidades vividas.
Es
decir, los imaginarios del miedo son constituidos por el sentimiento de
inseguridad-seguridad a los que las
poblaciones urbanas son sometidas en su cotidianidad. La transformación del
paisaje de la ciudad, el papel de los medios de comunicación, la eficacia de la
normativa, la funcionalidad y alcance institucional, así como el incremento de
nuevas tecnologías y el traspaso de la confianza en aspectos de seguridad al
sector privado deben ser analizados con mayor profundidad.
Este
hecho obedece a que la ciudad se presenta como un espacio fundamental para la
construcción social, la formación de identidades colectivas y el reforzamiento
de la ciudadanía como categoría de derechos–obligaciones. Dado el carácter
centralizador de la ciudad en términos económicos, sociales y de desarrollo,
determinan en gran medida el hecho de que la violencia “genere niveles contrarios a la convivencia social, como el
individualismo, la angustia, la inseguridad y el marginamiento” (Carrión,
1994: 33).
Así
pues, las percepciones de seguridad y los sentimientos del miedo relacionados a
habitar la ciudad, se encuentran determinadas por miedos característicos de la
urbe, que se vincula a distintos actores, formas, territorios e itinerarios.
Produciendo escenarios sociales del miedo que son percibidos de acuerdo al
punto real en el cual se ubican los actores sociales y a una serie de flujos
internos y externos que intentan modificar los parámetros de percepción de lo
vivido y lo imaginado en torno a la seguridad ciudadana.
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12/12/11.
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18/01/12
Castillo, Eimeel. Entrevista realizada en Managua,
18/02/12
Martínez, Javier. Entrevista realizada en Managua,
27/05/12
Espinoza, Miriam. Entrevista realizada en Managua,
23/05/12
Herrera, Bayardo. Entrevista realizada en Managua,
30/05/12
Corea, Juan. Entrevista realizada en Managua, 24/05/12
Ordoñez, Tania. Entrevista realizada en Managua,
24/02/12
Gonzales, Ricardo. Entrevista realizada en Managua,
21/05/12