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jueves, 16 de octubre de 2014

Cultura política y juventudes








IMAGINARIOS DE LA DEMOCRACIA
 Desafíos para la juventud en Nicaragua

Ana Cristina Solís Medrano[1]

El propósito del ensayo[2] es reflexionar sobre la importancia que tienen los imaginarios sociales en torno a la democracia y su implicancia con los desafíos para las juventudes en Nicaragua.
El tema de los imaginarios sociales en el análisis político resulta ser un marco general para conocer las percepciones que los diferentes sectores políticos tienen sobre los procesos democráticos en la región de América Latina. Retomar los imaginarios sociales nos lleva a entenderlos como procesos de creación o construcción de significaciones sociales, por medio de lo simbólico, que son producto de una sociedad, con la finalidad de explicar y representar a la misma (Mamani, 2009: 2). De tal manera, que la importancia de los imaginarios radica en la utilización de los individuos para intentar dar respuesta a situaciones concretas, que ni la realidad ni racionalidad pueden proporcionar.
La historia nos refleja el comportamiento de los procesos democráticos en la región de América Latina, la cual se ha caracterizado por la presencia de más de dos décadas de gobiernos democráticos, en medio de una realidad que acentúa las desigualdades, exclusión, altos niveles de pobreza y pobreza extrema y falta de desarrollo económico. Traduciéndose en un plus para la crisis social, al aumentar la insatisfacción ciudadana con respecto a las democracias.
Los jóvenes en Nicaragua son considerados como sujetos sociales activos en las esferas políticas. Por ejemplo, fueron quienes se enfrentaron a la guardia somocista derrocando al régimen dictatorial en los años setenta; estuvieron involucrados en la guerra de los ochenta y tuvieron mayor participación electoral en la transición política de los noventa.
Preciso aclarar que el ensayo se divide en dos acápites; primero abordo la categoría juventud como parte de un constructo social y la vinculación con la participación política a nivel local. Un segundo plano de discusión está relacionado con los imaginarios de la democracia y su relación con los desafíos para las juventudes en Nicaragua.
Las juventudes en la participación política
La historia evidencia diversas concepciones que a través del tiempo se han venido desarrollando sobre la noción de juventud, a pesar que los jóvenes han existido desde siempre. Ciertamente hablar de juventud implica tener presente los enfoques disímiles para abordarla.
Muchos autores (Balardini, Reguillo, Tavera, Krauskopf) sostienen que la categoría juventud es el resultado de una construcción socio-cultural que se ha consolidado a través del tiempo, por lo tanto representa una categoría existencial y vivencial. Representa una categoría reciente, que para Balardini (2008: 3) estaba inspirada en una relación de poder, que tiene como finalidad preparar a los individuos para la integración efectiva en la vida productiva y social de la sociedad; siendo la juventud, la respuesta al desarrollo productivo de esta época. Es así como surge este nuevo actor, como el resultado de las relaciones sociales, relaciones de poder y relaciones de producción.
Los primeros abordajes de la categoría eran entendidos en términos de ritos de intermedio (representación de la muerte de la infancia y renacimiento como adulto), como el período que se destina a la educación para la vida activa, situación que en la sociedad moderna, se considera como el pilar fundamental para el desarrollo. Otro enfoque surgió con la revolución francesa, donde la categoría juventud es asociada a la aristocracia, de tal manera que los jóvenes se consideraban como herederos a los bienes familiares. Prácticamente era una categoría excluyente de la diversidad de sectores.
Tavera (2010) menciona que el entendimiento de la categoría juventud después de la revolución francesa adquiere un giro, al considerarlos en términos históricos, antropológicos, con una fuerte carga de subjetividad, con características propias, y que en muchos casos; desarrollan estrategias de inserción en la vida social, productiva, religiosa, política y cultural de acuerdo a las situaciones que experimentan.
Durante la aparición del fenómeno capitalista se genera un cambio en las relaciones sociales y productivas, con lo que se consideran nuevas necesidades de producción. En tanto se hace necesario la división del trabajo emergente en las unidades domésticas y en ámbito del trabajo (Balardini 2008, citado por Solís; 2008: 8).
En cada uno de los momentos de interpretación de la juventud, se demuestran la complejidad y diversidad de expresiones que las juventudes están desarrollando en sus espacios cotidianos, laborales, en el ejercicio de la participación ciudadana. Sin embargo, es preciso considerar que la noción juventud, representa una categoría viva, es decir, que responde al contexto en que se experimenta, que tiene una temporalidad y espacio, con sus propias características y símbolos, donde los sujetos sociales tienen que demandar sus espacios de participación de forma alternativa.
La importancia de abordar a las juventudes como una categoría y realidad social en el contexto de nicaragüense, refleja las problemáticas de las juventudes originada como producto de las desigualdades e inequidades, y por el desconocimiento del sentir, pensar y percibir de este grupo social ante distintos aspectos. Siendo la participación política uno de los ámbitos en que las juventudes en la región de América Latina están teniendo mayor participación.
En tanto, que la juventud está siendo invisibilizada, y se enfrenta a los desafíos que se les impone, como producto de la exclusión social, política y económica. Como menciona Krauskopf (citado por Solís; 2008:3) la exclusión de las opciones inclusivas, la invisilización de las realidades juveniles y la generalización estigmatizante de las juventudes a partir de un reduccionismo amedrentador tienen importantes efectos en la constitución de los sujetos juveniles. Es por eso, que las juventudes demandan un reconocimiento de su existencia y, de diversos modos, luchan por su reivindicación.
A pesar de ser muchas las expresiones sobre las cuales, las juventudes están haciendo sus demandas ante diversos contextos de nuestra región, es necesario identificar las principales problemáticas que están afectando a los distintos grupos de jóvenes (Solís; 2008: 3). Ciertamente, las juventudes son criticadas constantemente por las personas adultas, quienes comparan las formas de actuar de las juventudes con sus tiempos, aludiendo que aquellos eran mejores. Sin embargo, su participación en los espacios políticos es fundamental en las juventudes, quienes están cada vez conscientes de empoderarse de los procesos democráticos e incidir políticamente en el país. En este sentido, la participación de los jóvenes se puede interpretar a partir de su pertenencia a un tipo de organización, y a la disposición de involucrarse en actividades políticas.
¿Cómo se construyen los imaginarios de la democracia para las juventudes en Nicaragua?
La idea de democracia ha sido implantada desde la experiencia europea en nuestra región a partir del período de la independencia. Lo que representa un nuevo orden institucional y constitucional. Muchas veces percibimos a la democracia como el valor social que está fuertemente arraigado en la cotidianidad y reflejado por los procesos históricos.
He mencionado que el proceso de construcción de la democracia en nuestra región se enmarca en una situación de creciente desigualdad social, deterioro institucional del Estado y el choque entre las altas expectativas ciudadanas y las duras realidades de países con Estados incapaces de generar mayor bienestar social, generar derechos y abrir espacios de participación ciudadana (Isunza y Olvera; 2010: 7). Esto evidencia el panorama en el que los “nuevos” actores actúan de acuerdo a sus posibilidades.
En este sentido se hace necesaria la comprensión de los imaginarios sobre la democracia, puesto que conocemos que, categóricamente existe la democracia inorgánica (entendida como el valor arraigado en actores claves) y la democracia orgánica (entendida como expresión de las formas institucionales y construcción de las prácticas políticas). En otras palabras existe una democracia imaginada frente a una democracia real.
En este sentido es necesario aclarar cómo se está abordando los imaginarios: “[…] estructuras subjetivas que le dan significado a la realidad. Estos se nutren de una base societal de conocimientos ya establecidos y de la capacidad cognitiva de imaginar. Se funda a través de prácticas que se crean, se mantienen o se reproducen por una serie de factores simbólicos” (Mamani; 2009: 6).  Esto ayuda a entender la presencia de imaginarios dominantes e imaginarios dominados, es decir, que representan una lucha de imaginarios con la finalidad de imponer visiones del mundo en todos los estilos de relaciones sociales y en ámbitos, políticos, económicos, culturales, sociales, entre otros.
Así mismo, es necesario retomar la influencia que han tenido las llamadas agencias productoras de la realidad social, las que intervienen en la construcción social del imaginario de la democracia, principalmente para las nuevas generaciones. Dichas agencias productoras de la realidad social desarrollaron un papel fundamental a través de las estructuras de ajuste, dando como resultado imaginarios dominantes frente a imaginarios dominados.
En este sentido la relación que tienen los imaginarios sociales con las juventudes frente a cómo se asume la democracia, estará dado por el ejercicio de la ciudadanía en los distintos espacios públicos y privados en los que se interviene las juventudes. Acá estamos entendiendo a las juventudes como una cultura, rebasando la categoría juventud como una condición etaria. Metodológicamente, el análisis de los imaginarios sobre la democracia para las juventudes requerirá de la estrecha vinculación con los distintos sectores representativos de las juventudes en Nicaragua y el resto de la región. Las cuales tienen una estructura mental subjetivas, múltiples y diversas sobre las instituciones públicas en el ejercicio de la ciudadanía activa en el marco de los procesos de democracia.
A modo de conclusión sobre la base de los desafíos que representa para las juventudes la construcción de imaginarios sobre la democracia, puedo mencionar que las juventudes en Nicaragua y el resto de la región de América Latina se encuentran en un proceso que al pasar de los tiempos adquiere fuerza y se consolida hacia el ejercicio de la ciudadanía
La construcción de los imaginarios a partir de la democracia para las juventudes, representa cuestionarse sobre la utilidad y la calidad de la democracia valorándola más allá de los resultados normativos. Representa el generar espacios abiertos e inclusivos de la diversidad de las juventudes. Puesto, que en muchos casos, jóvenes campesinos, indígenas y mujeres principalmente de las zonas rurales no tienen participación activa en la creación de propuesta, discusión y beneficios de las políticas públicas que les competen.
Así mismo, debemos tener en cuenta las implicaciones de la construcción de los imaginarios sobre la democracia, que se evidencia en una reacción de desencanto, particularmente como el resultado de los intereses económicos manifestados en las esferas políticas en nuestras democracias representativas. Y acá, parte de nuestra herencia colonial, puesto que seguimos reproduciendo estilos de comportamientos políticos que acrecientan las desigualdades y exclusión de los sectores más vulnerables políticamente.
Condiciones que propician el aumento de la pobreza, la precarización del empleo, el desempleo, entre otras, imaginan en las juventudes sentimientos de disminución alrededor de los derechos sociales, ajenos, en medio de una crisis de representatividad y vaciamiento de las instituciones. 
La consolidación de la democracia se enmarca en las condiciones sociales, económicas y culturales de la actualidad, y su efectividad requiere del reconocimiento de los derechos ciudadanos que demandan de un contexto estructural donde se facilite el ejercicio como un Estado que asegure su legalidad y proteja su vigencia.
Las juventudes están siendo reconocidas como un grupo social con capacidades de reflexión propia sobre los temas más sentidos, con capacidad de generar saberes desde sus propias experiencias en su condición juvenil. Así vemos el incremento de la participación de jóvenes en espacios políticos en Nicaragua.
A pesar de los esfuerzos que hacen los gobiernos de turno en Nicaragua en materia de políticas de juventud, es fundamental analizar el diseño pragmático de las acciones, iniciativas y en las formas de inclusión; considerar los distintos modelos “para”, “por”, “con” o “desde” las juventudes que fortalezcan la construcción de sujetos activos.
En la consolidación de identidades juveniles construidas en la participación en los procesos de toma de decisiones. Finalmente, entendemos a las juventudes como actores sociales con la capacidad de crearse a sí mismos en relación con la otredad. Se replantea la relación entre las juventudes con los otros actores sociales y los coloca en una perspectiva fundamental, al considerarlos como actores decisivos en el desarrollo, en la búsqueda de respuestas que posibiliten en avance democrático.

Bibliografía
CEPAL (2004) 2007 “La juventud en Iberoamérica. Tendencias y urgencias” (2da edición, Buenos Aires, Argentina) en: http://www.enlaceacadémico.org/fileadmin/usuarios/mas_documentos/juventudeenIbca acceso: 15/11/10
Isunza Vera, Ernesto y Olvera, Alberto (coor) 2010 Democratización, rendición de cuentas y sociedad civil. Participación ciudadana y control social. (CIECAS México, Miguel Angel Porrúa, México)
Mamani Picasa, Rolando 2009. “Democracia por osmosis. Una aproximación a los imaginarios juveniles sobre la democracia boliviana”. (Colectivo Latinoamericana de Jóvenes, FLACSO) en: http://www.colectivojuventud.org/wp-content/uploads/2009/04/bolivia-rolando mamani.pdf acceso: 15/11/10
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 2004. La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanos y ciudadanas. (2da edición, Buenos Aires: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara).
Solís Medrano, Ana Cristina 2008 “Identidad de género y roles familiares: percepción y prácticas sobre la perpetuación del machismo en las jóvenes universitarias de Guatemala” (Colectivo Latinoamericano de Jóvenes, FLACSO) en: http://www.colectivojuventud.org/wp.contente/uploasds/2009/04/guatemala-ana-cristina.solis.pdf  acceso: 16/11/10
Tavera, Ligia 2010 “Construcción de las juventudes como una categoría social situada en diversos períodos históricos” (Quinta sesión: nuevos actores en la configuración de la región, FLACSO-México) en: http://www.politicalatina.flacso.edu.mx  acceso: 5/11/10
_______________”Cambios en la juventud en los órdenes de la vida” (Quinta sesión: nuevos actores en la configuración de la región, FLACSO-México) en: http://www.politicalatina.flacso.edu.mx  acceso: 5/11/10






[1] Antropóloga por la UNAN, maestra en Ciencias Sociales por FLACSO-Guatemala, Investigadora del Centro Interuniversitario de Estudios Latinoamericanos y Caribeños  de la Universidad Politécnica de Nicaragua, CIELAC-UPOLI. Becaria de CLACSO-CROP “Pobreza, Ambiente y Cambio Climático” 2009-2010.
[2] Este ensayo fue realizado como parte del Curso Regional de Política Latinoamericana, coordinado por  FLACSO-México, 2010.

La construcción social del miedo










La construcción social del miedo: pensando la ciudad desde las percepciones de seguridad ciudadana



Ana Cristina Solís Medrano*

 


La violencia en las ciudades de América Latina es real, pero también es imaginaria”
Roberto Briceño-León



Introducción
La problemática de la seguridad ciudadana ha sido poco abordada desde las ciencias sociales para el caso nicaragüense, y menos aún concebida desde un enfoque que incluya a la ciudad como categoría analítica. Es decir, como espacio de construcción continúa de identidades y culturas de convivencia, como espacio de formulación de contratos sociales que dan sentido a la vida en la ciudad, las cuales permean el uso y percepciones que de la misma existen.
Debe recordarse que la ciudad, representa ese espacio en que confluye lo “moderno” y lo “tradicional” convirtiéndose en punto de encuentro de culturas. Pero su importancia va más allá, al ser también el centro de la vida política y económica de un país. Es además un espacio de continuos conflictos sociales, ya sea por escases de recursos naturales, infraestructura inadecuada, o por el acelerado ritmo de crecimiento de los centros urbanos y de su población. El transporte público, el tratamiento de la basura, el alumbrado eléctrico, son algunos de los retos que los planificadores urbanos deben afrontar.
Pero sumado a estos retos, encontramos también el de la violencia delincuencial urbana. Esta debe ser entendida en un contexto amplio de relaciones entre Estado y sociedad. Siendo que el primero, es el encargado de garantizar la seguridad dentro de los límites territoriales de la nación.
La seguridad ciudadana, en este sentido, refiere a:
El derecho que asiste al ciudadano o en sentido más amplio al integrante de una sociedad organizada, de desenvolver su vida cotidiana con el menor nivel posible de amenazas a su integridad personal, sus derechos cívicos y el goce de sus bienes. Hace referencia también al vínculo entre la persona y el Estado (Aguilera, 1996: 13).
Si pensamos en la seguridad ciudadana desde perspectivas modernas, debemos reconocer la existencia de un conjunto de amenazas, entre las cuales encontramos: el narcotráfico, la pobreza, las condiciones de salud, problemas ambientales y el uso, acceso y control de armas por mencionar algunos. Muchas de ellas categorías analizadas desde enfoques como el de seguridad humana impulsado por el PNUD (Aguilera: 1996: 16).
Se debe tomar en cuenta que la amplitud de los fenómenos que se encuentran enmarcados dentro de lo que denominamos seguridad ciudadana, pueden llevarnos fácilmente a cometer errores conceptuales. Es el caso del acercamiento que las instituciones del Estado encargadas de velar por dicha seguridad, cometen con recurrencia en sus análisis.
Partiendo de enfoques cuantitativos –estadísticos- que llevan en la mayoría de los casos a la criminalización de la pobreza y del sujeto empobrecido. Lo anterior no significa, que deban ser descartados dichos análisis; sino que se hace necesario desarrollar marcos conceptuales y metodológicos que permitan conocer otras facetas del problema, pues desde la relación inseguridad - ciudad, existen una multiplicidad de actores y percepciones que muchas veces son invisibilizados. 
El interés de investigar sobre la construcción de las percepciones y costumbres que subyacen a ese sentimiento de seguridad como clima social, es decir, como sensación de convencimiento de que el sitio en que vivimos (la ciudad) es seguro o no; es de suma importancia para comprender la relación dialéctica entre los imaginarios colectivos de la ciudad y la seguridad, y la violencia real.
El conocimiento y análisis de las percepciones de los actores sociales es fundamental para comprender el funcionamiento de las sociedades, pues debe reconocerse que la seguridad como hecho social, es por un lado, una situación real vinculada a la desprotección que los individuos y colectividades viven en la ciudad. Por otra parte, es un sentimiento, una construcción social que permite observar el grado de reconocimiento del “otro” y sus derechos dentro de un sistema de normas e instituciones establecidas.
Es necesario reconocer a su vez, que si bien el presente ensayo parte del análisis de las percepciones de la seguridad ciudadana en la ciudad, no debe cometerse el error de reconocer un vínculo restrictivo entre violencia y ciudad o entre inseguridad y ciudad, o bien entre seguridad y ciudad.
La violencia es un fenómeno multifacético que se refleja en el conjunto social de una nación, sin límites entre urbano y rural. De tal manera, que la forma en que percibimos y damos sentido a nuestra forma de ocupar el espacio urbano, los horarios y lugares a los cuales concurrimos y/o tememos acceso, forma parte de esa construcción social caracterizada por la interacción de actores sociales.
Consecuentemente, la importancia del análisis de la seguridad ciudadana desde la perspectiva de los actores sociales en la ciudad, nace de la poca información cualitativa respecto a la construcción social del miedo en el caso nicaragüense. Se pretende dar respuesta a los siguientes cuestionamientos: ¿Cómo conciben los distintos actores sociales la inseguridad en la ciudad?, ¿Cuál es el papel de los medios de comunicación en esa construcción social del miedo?, ¿Existe una relación entre el sentimiento de inseguridad y la ciudad?
El ensayo se organiza en tres secciones. En la primera parte se exponen dos enfoques de análisis para interpretar las condiciones de seguridad ciudadana; la perspectiva de la seguridad ciudadana y la construcción social del miedo en la ciudad. La segunda parte se describe el escenario en términos estadísticos de violencia en Nicaragua. La tercera parte profundiza en las percepciones de seguridad ciudadana que la población de la ciudad de Managua.
La ruta metodológica se basó en el análisis del discurso, que nos permite conocer actos del lenguaje (oral y escritos) los cuales están cargados de significados a partir de las prácticas socio culturales que permiten la construcción de realidades[1]. Estos actos de comunicación, confirman los roles, conocimientos y prácticas que dentro de estructuras sociales, políticas e institucionales desempeñamos (Silva, 2010).
Se parte entonces de la idea, que los sujetos sociales se apropian de los discursos del miedo, a través de procesos simbólicos, es decir, de prácticas enunciativas que se encuentran en función de las condiciones sociales producidas a nivel institucional, de medios de comunicación y de relaciones sociales cotidianas. Pero también a través de procesos reales de violencia delincuencial urbana. 
Esto permite entender la forma en que se dan las lógicas de apropiación colectivas que rigen las percepciones que sobre la seguridad ciudadana y su relación con la ciudad, se generan. Cada actor, cuenta con distintas manifestaciones y recursos discursivos, construcciones simbólicas del miedo, la seguridad y la ciudad. Así, el análisis de los discursos permite comprender las relaciones que se construyen entre imaginarios del miedo y las prácticas de seguridad ciudadana y profundizar en las formas de apropiación del espacio urbano. Brindando importancia a la propia experiencia del actor en la búsqueda del significado y comprensión de la realidad.

1.    Referentes Teóricos
El análisis de los procesos de la seguridad ciudadana conlleva una serie de retos, entre los cuales, encontramos el de evaluar el papel del Estado en el cumplimiento de su función de garante de dichas condiciones de seguridad. Este hecho es de suma importancia pues el incumplimiento de esta función, conlleva a la reformulación de la manera en que habitamos la ciudad y más aún, a la deslegitimización del rol del Estado; estos hechos pueden traducirse en la privatización de la seguridad pública, la creación de comités de seguridad y de limpieza social, entre otros.  En este apartado partiremos de dos enfoques necesarios; la perspectiva de la seguridad ciudadana y la construcción social del miedo en la ciudad.
La perspectiva de la seguridad ciudadana
La seguridad ciudadana es un elemento que surge con la fundación de la idea de Estado, siendo históricamente estos aparatos estatales, los encargados de velar por su cumplimiento y garantía.
Durante el siglo XX, Centroamérica se caracterizó por la presencia de amenazas bélicas derivada de la actividad de movimientos insurgentes y de la existencia de gobiernos autoritarios. Es así que en Guatemala, El Salvador y Nicaragua se experimentó guerras internas durante la década de los ochenta, que de alguna manera marcaron un escenario de violencia con secuelas políticas, sociales, económicas y psicológicas.
Con los procesos de pacificación de Contadora y Esquipulas en la década de los ochenta, se inicia una etapa de transición hacia la democracia, así como la reactivación de la integración centroamericana. En términos de seguridad, también se inicia la Reforma del Sector Seguridad que trataba de cumplir con dos ejes de transformación: “elevar la eficacia y eficiencia del sector para que el Estado cumpla con brindar seguridad a los ciudadanos por una parte, y por la otra, que ello se alcance en observancia de los principios democráticos y la vigencia del Estado de Derecho” (Aguilera, 2008).
Sin embargo, las experiencias durante el conflicto armando se relacionan con la percepción y uso de la fuerza legitima por parte del Estado, el cual se desarrolló por mucho tiempo, bajo un paradigma que no distinguió entre la seguridad de Estado y la seguridad de su población, hecho que aún tiene fuerza con el endurecimiento del concepto de seguridad, luego de los atentados de septiembre 11 en Estados Unidos.
Esto se ve reforzado con las luchas que se financian en la región contra el narco tráfico y el fenómeno de las pandillas.

Intentando sistematizar las principales concepciones que rigen en el enfrentamiento de la violencia urbana, se pueden encontrar dos vertientes fundamentales: una, inscrita en una política de Estado -hoy dominante- que propugna el control de la violencia a través de la represión y privatización (Carrión, 1994: 32).
Si partimos desde la primera de las concepciones, Carrión nos dice que, el control de la violencia sigue estando inscrita dentro de los parámetros de seguridad nacional y de Estado, lo cual significa que no existen diferencias en la forma en que percibimos y castigamos socialmente hechos por demás dispares, como el terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia común. Esto bajo el paraguas de que toda violencia afecta la vida en sociedad y las estructuras del Estado, de la propiedad privada por un lado y la legitimidad del Estado por otro (Carrión, 1994: 37).
Uno de los más graves problemas que sobre seguridad afectan a la consolidación democrática, refiere a que un aparato estatal, pese a sus intenciones, no tenga la capacidad de brindar seguridad; en cuyo caso se puede producir como efecto principal la pérdida de confianza de los ciudadanos en su régimen político, afectando la legitimidad del orden establecido (…). Situación que se ha incrementado en el marco de los procesos de transición a la democracia en América Latina, representando uno de los elementos centrales de la crisis de gobernabilidad (Aguilera, 1996: 14).
De esta manera, los Estados débiles deben afrontar los conflictos, generados por diversos fenómenos de violencia social y criminalidad. Lo cual puede crear crisis de legitimidad del Estado, conduciendo a una diversa gama de propuestas privadas o locales de combatir estos fenómenos. Tomando en cuenta que la seguridad refiere esencialmente a funciones básicas de un Estado: “En su aplicación más específica, protegerla frente a los fenómenos de criminalidad que amenazan su bienestar” (Arévalo de León, 2002: 235).
De cualquier manera, la seguridad ciudadana se ha convertido en un elemento fundamental en las agendas políticas de la región, siendo de las principales demandas sociales, relacionadas no solo con la violencia o delincuencia real, sino también con las percepciones que las sociedades tienen de ella.
En este sentido, las problemáticas de seguridad tienden a vincular varios elementos: “(…) las amenazas externas derivadas de factores fuera de su control, las amenazas internas derivadas de sus limitaciones para desarrollar políticas que promuevan el bienestar de la sociedad y sus instituciones y que contrarresten los riesgos que las afectan” (Arévalo de León, 2002: 23).
Sin embargo, desde otros enfoques la seguridad ciudadana se convierte en una reacción a las concepciones más estatocéntricas y de control en términos de seguridad pública. Partiendo en primera instancia, de la delimitación de los campos de acción entre ámbitos militares y policiales en términos de seguridad, por un lado, y de la protección de la ciudadanía y los bienes públicos y privados como objetivo fundamental del Estado. Esto por supuesto bajo el paraguas de la estabilidad democrática (Arévalo de León, 2002: 236).
De tal manera, la seguridad ciudadana nos remite a un marco amplio de relaciones democráticas que pretenden reforzar por un lado el papel del Estado, sus instituciones, sus marcos legales y de acción. Pero también, legitimar el papel del Estado en el cumplimiento de su función de asegurar la seguridad social ciudadana.
La seguridad ciudadana entendida de esta forma, no es más que: “una relación sociedad-Estado que, a la par que enfrenta el hecho delictivo, busca construir ciudadanía e instituciones que procesen los conflictos democráticamente” (Carrión, 1994: 37).
La construcción social del miedo en la ciudad
Habitar la ciudad en su sentido moderno, nos permite evaluar la relación existente entre lo moderno y lo tradicional. Es decir, entre la tecnología, la moda, la comunicación de masas y las pautas culturales de los actores sociales que la habitan; actores que a su vez, conforman una masa heterogénea de percepciones, ideologías, religiones y culturas.
Si bien es cierto, pensar la ciudad como categoría de análisis remite a una serie de problemáticas por demás importantes, el papel que juega en la actualidad la inseguridad es fundamental, para comprender las lógicas de apropiación del espacio urbano, así como el sentido que damos a la convivencia en la ciudad.
A nivel latinoamericano, podemos observar el incremento de las ciudades producto del acelerado proceso de urbanización reflejando una realidad con nuevos problemas, siendo uno de ellos la violencia delincuencial urbana. Este escenario se fortalece a raíz de la crisis económica y las políticas sociales desarrolladas para mitigar la violencia delincuencial, pero el impacto que han tenido en la población se manifiesta en el incremento de la inseguridad ciudadana, y por ende, de la calidad de vida de la población.
La dimensión y el particular carácter de la violencia a nivel urbano, la ha convertido en un foco importante de preocupación, tanto para la ciudadanía en tanto víctima colectiva, como para los Estados. Pues esta se encuentra relacionada con aspectos fundamentales de la calidad de vida de cada uno de los grupos sociales que habitan la ciudad[2]. Convirtiéndose, en una de las evidencias más tangibles de los problemas urbanos.
En este sentido, los hechos de violencia urbana tienen un fuerte impacto social, que para algunos expertos del tema, va mucho más allá del daño ocasionado a las víctimas directas: “La violencia produce una victimización vicaria en la sociedad. La sociedad se siente víctima en su conjunto por la noticia de una muerte de un ciudadano pues le duele su perdida, pero se siente también amenazada. Vive en la muerte del otro lo que pudiera ser su propia muerte” (Briceño-León, 2011: 2).
Con este abordaje desde la ciudad, no se pretende determinar que la violencia se genera únicamente en las ciudades, como un fenómeno exclusivo, se trata de percibir la ciudad como el espacio de construcción social, de construcción de ciudadanía, y de cómo, este escenario permite la formación de una identidad colectiva.
Es importante recordar que la violencia y la delincuencia son hechos sociales “reales”, procesos por el cual se atenta física y/o emocionalmente contra una persona o grupo de personas; pero a su vez, son una construcción simbólica, reconstruida a través de las relaciones sociales de convivencia, a lo cual debe sumarse el papel de los medios de comunicación (televisión, radio y periódicos) encargados de reconstruir vivencias, que luego serán transmitidas en forma de mensaje a otras personas. Es así que “La reconstrucción de lo real y su impacto, se relaciona con el modo cómo las personas producen y consumen la información, con sus temores, con lo que ellos esperaban de la realidad y que pudo ocurrir o no (Briceño-León, 2005: 3).
La relación de la violencia con los medios de comunicación responde a procesos de globalización mundial. En este sentido, la televisión representa un espacio de socialización significativo y de gran importancia, el cual ha provocado “un proceso de homogeneización cultural fundado en la violencia” (Carrión, 2003:159). Con este proceso de homogeneización estamos observando una transformación de los espacios de socialización tradicionales en nuevos escenarios de socialización (como la televisión, la calle, el parque) donde predomina el consumo de la violencia en la población joven principalmente.
Así mismo, los medios escritos transfieren la violencia a un nivel primario que permite la construcción de percepciones, muchas veces, distorsionadas que no sólo magnifican los hechos, sino que además, proyectan la violencia a través de la difusión de modelos y valores delictivos y conductas violentas como parte de la cotidianidad en el hogar, en el barrio, en la ciudad en lugar de favorecer a su mitigación. 
De esta manera, los sentimientos de temor pasan a formar parte de nuestra percepción del espacio que habitamos, identificamos sitios específicos y tipologías de personas que parecen peligrosas. Los miedos construidos socialmente tienen así, componentes reales e imaginarios:

La representación del miedo es social por un lado porque es colectiva, es decir, surge entre los individuos y tiene al final como destino los propios individuos, pero no se corresponde con uno o con otro, sino que es común a una sociedad o a un grupo social determinado (clase, etnia). Y, de manera más relevante, es social porque es producto de la interacción de distintos actores, es decir no la crea ni la vive un solo actor, sino una multiplicidad de actores que en sus intercambios de informaciones preñadas de prejuicios y deformaciones, crean un resultado, una noción, que guía el comportamiento de los individuos (Briceño-León, 2005: 5).

Estos hechos cobran especial relevancia en las ciudades, por su composición social, económica, ideológica y política. En todo caso tal heterogeneidad, aún siendo fuente de conflictos sociales no se convierte en la causa de la violencia, como tampoco lo es la pobreza por sí misma. Deben aún más tomarse en cuenta las condiciones marcadamente desiguales en cuanto a participación y construcción de ciudadanía que ahí podemos encontrar.
La restricción del origen y fuente de la ciudadanía, y la merma de las condiciones de vida son, a su vez, causa y efecto de la violencia urbana. Por ello el incremento de la violencia urbana y, por esta vía también, el crecimiento de la inseguridad ciudadana y la reducción de la calidad de vida de la población, tienden a afectar la esencia misma de la ciudad: sus posibilidades de socialización (Carrión, 1994: 33).
Las ciudades son referentes de desarrollo y modernidad, reales e imaginados. Del mismo modo la violencia y el miedo son reales e imaginados. El miedo se construye así, no solo por los hechos que observamos en la prensa escrita y televisada. Sino también, en base a representaciones sociales e imaginarios que giran en torno a los discursos que en la cotidianidad se construyen entorno a los sucesos violentos. Estos discursos institucionales o no, son una fuente importante de la base de nuestros miedos, pero también lo son las relaciones sociales cotidianas, los rumores, y experiencias personales, de familiares o amigos.
El miedo se convierte así en un producto social, que encuentra sus bases en las estructuras y dinámicas de convivencia en la ciudad. Experiencias concretas de lo urbano. “El miedo, además de ser un fenómeno psicológico, es un hecho social que se comprende desde procesos políticos y culturales históricamente situados” (Carrión y Núñez, 2006: 16).

De tal manera los imaginarios del miedo, están relacionados con la forma misma en que se estructura la ciudad, aún cuando no es un hecho exclusivamente urbano, la ciudad consta de elementos que potencializan estos imaginarios. Es un espacio geográficamente más grande, no se cuentan con redes de solidaridad y compadrazgo tan profundas como en el caso de comunidades indígenas y zonas rurales y su desarrollo urbanístico ha sido principalmente desordenado. Marcado por un crecimiento acelerado de su población (Carrión y Núñez, 2006: 6).

2.        Nicaragua: escenario de violencia en la región centroamericana

La región centroamericana ha experimentado una serie de momentos históricos que han marcado el rumbo en el escenario de violencia que se vive hoy en día en cada país de la región con diferentes expresiones. La revisión documental sobre el tema nos lleva a fijar la atención en tres momentos significativos: antes de la década de los 80, durante el conflicto armado y después de los Acuerdos de Paz en la región.
Antes de los 80 en la región, prevalecía una constante por la presencia de formas tradicionales de violencia institucionalizada y de carácter político promovida por gobiernos militares. Sin embargo, las otras manifestaciones de violencia se desdibujaban en un contexto convulso con predominio de la desigualdad en la distribución de la riqueza y la exclusión social en el marco generado en todo el mundo por la guerra fría (Lungo y Martel: 2003).
Durante la década de los 80 algunos países de Centroamérica (Guatemala, El Salvador y Nicaragua) experimentaron conflictos armados por razones políticas, que de alguna manera, incrementaron y transformaron las manifestaciones de violencia. Este panorama cambia en la década de los 90, cuando inician los procesos de negociación en Guatemala y El Salvador con la firma de los Acuerdos de Paz, dando paso a la transición democrática. Para el caso de Nicaragua, se inicia con las elecciones realizadas en 1990 donde la Unión Nacional Opositora (UNO) llega al poder.
Estos hechos marcan una importante etapa de transición política, económica y social para los países de la región.  A pesar de ello, La violencia no desaparece, sino que se transforma; estos cambios significativos se expresan en el paso de violencia de Estado a clima de violencia social. Caracterizada por el aumento de la criminalidad expresada tanto en la delincuencia común como en la organizada. Es así que en Centroamérica se marca una etapa donde prevalece la violencia como fenómeno social y la inseguridad ciudadana.
En el caso particular nicaragüense, el proceso de negociación coincidió con el cambio de gobierno en un ambiente de transición democrática, sin embargo prevalecieron situaciones que no permitieron la estabilidad política, tales como, un sistema débil de administración de justicia, ausencia de proyecto político y de gobernabilidad democrática.
La violencia en América Latina ha alcanzado grandes magnitudes hasta el punto de considerarse como parte de la cotidianidad. A nivel mundial, es la región que presenta las tasas más altas de homicidios (27.5 homicidios por cada 100,000 habitantes, incluyendo 32 países). A este dato debemos agregar el incremento en las tasas de violencia intrafamiliar que representa altos costos económicos y sociales. Estos hechos de violencia se reflejan en algunos países de la región como en El Salvador (que paso de 37 a 55 homicidios por 100,000 habitantes) y Guatemala (de 25,8 a 42 homicidios por 100,000 habitantes) (Buvinci, 2008).
Cuadro 1: Tasas de homicidios por cien
mil habitantes en Centroamérica (2005)[3]

País
Tasa de homicidios
Guatemala
44.2
El Salvador
59.9
Honduras
59.6
Nicaragua
14.3
Costa Rica
7.4
Panamá
11.6
Aguilera (2008) sostiene que los temas actuales de seguridad que están abordando en los estados centroamericanos se encuentran: el combate al problema de las drogas, crimen organizado, maras o pandillas, seguridad fronteriza, terrorismo, seguridad de las personas y sus bienes y asistencia jurídica y extradiciones.
Fuente: Aguilera, G. (2008)
 
 



Entre los temas de interés podemos observar que la agenda de seguridad está orientada hacia los cuatro ejes: seguridad ciudadana, seguridad ecológica, riesgos a la seguridad derivados de falencias económicas-sociales y el tema del terrorismo.

Cuadro 2: Temas de interés sobre seguridad en Centroamérica
Combate al problema de drogas
Crimen organizado
Maras y pandillas
Seguridad fronteriza
Terrorismo
Seguridad de las personas y sus bienes
Asistencia jurídica y extradiciones
                                Fuente: Aguilera, G. (2008)

Al revisar los diarios escritos y televisados, es notorio el incremento en los homicidios y casos de violencia, los cuales tienen un gran impacto en las condiciones de la salud física de la población y en las economías locales. Esto es agravado en los sentimientos de las personas y en la confianza hacia las instituciones de Estado. A su vez, estos sentimientos tienen una carga real a causa del incremento de la violencia y se fortalecen con angustias compartidas. Podría decirse entonces, que hay una construcción cohesionada a partir del sentimiento del riesgo que se corre como miembros de una sociedad.
En los discursos oficiales de la Política Nacional de Nicaragua y a nivel de estadísticas centroamericanas, Nicaragua figura como uno de los países más seguros de la región. Esta aseveración responde a un eslogan “Nicaragua el país más seguro de Centroamérica”  de carácter oficial que fue utilizado durante el año 2001 al 2004 el cual pretendía reflejar  los bajos índices en las tasas delictivas; siendo un punto de inflexión que modificó el panorama en términos de seguridad del país.
En este sentido, se marcó un acontecimiento de gran impacto sobre el tema de seguridad en el país, puesto que en el 2001 la labor de la Policía Nacional permitió desarticular a los últimos grupos armados (principalmente del Frente Unido Andrés Castro FUAC) provenientes del conflicto durante los años 80. Además, la Policía Nacional se perfila como un modelo policial preventivo, proactivo y comunitario; que ha permitido el trabajo articulado con la comunidad siendo un indicador de importancia sobre las estadísticas.
No cabe duda, que se puede afirmar que Nicaragua sigue reflejando una de las tasas delictivas más bajas junto con los países del sur de la región centroamericana. Contrariamente no se puede afirmar que sea un hecho sostenible perse, en tanto existan riesgos que posibiliten el incremento de la delincuencia en el país.
Nicaragua se ubica en un contexto regional que no es ajeno a la coyuntura global ni a los procesos culturales, históricos, políticos y económicos que han marcado el desarrollo de la sociedad. En este sentido, el país enfrenta una serie de riesgos, que según Bautista (2011) propician un escenario de vulnerabilidades que atentan la seguridad ciudadana; entre ellos: la incidencia de la delincuencia organizada trasnacional; la desocupación y la alta informalidad económica; el incremento de las demandas sociales en medio de las limitaciones de desarrollo humano; limitadas opciones de desarrollo de los jóvenes al desarrollo integral; y la insuficiente cobertura de las instituciones públicas (ámbitos sociales, justicia y seguridad).
A pesar del panorama descrito por Bautista, es notorio que el incremento de la inseguridad se da en menor proporción que en los países del norte centroamericano, dadas las causas culturales, históricas, económicas e institucionales. Sin embargo, la percepción de inseguridad que la población construye como parte de sus imaginarios, se ha incrementado debido a que en el país hay más delitos y la capacidad de respuesta institucional se ha visto afectada.
Aún cuando Nicaragua, presenta condiciones favorables en cuanto a las estadísticas de violencia y delincuencia común en relación a otros países del istmo centroamericano. Es indudable el aumento de la misma en términos reales y simbólicos; jugando un rol significativo los medios de comunicación.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), un índice “normal” de criminalidad es el que se ubica entre 0 y 5 homicidios por cada 100 mil habitantes por año. Este nivel de criminalidad puede ser tratado con los mecanismos convencionales. Cuando el índice de homicidios excede de 10, una sociedad se enfrenta a un cuadro de criminalidad “epidémica”, la cual ya no puede ser tratada por las vías convencionales (Silva, Adán y Galeano, Luis, 2008).
El papel de las cifras y discursos oficiales, aunados a la mediatización de los hechos delictivos y violentos que pueden observarse por la televisión y medios escritos, pueden repercutir en alguna medida en las percepciones y sensaciones de la sociedad nicaragüense, lo cual hace necesario el análisis de dichas percepciones, su construcción y su vinculación con la vida en la ciudad de Managua.
El indicador más idóneo para comparar los niveles de seguridad ciudadana en la región, es la tasa de homicidio, por ser el delito más grave. Según las cifras de la región, las tasas de homicidio en Nicaragua son un poco más altas que en el sur (Costa Rica y Panamá), pero a la vez, 1/3 de veces más bajas que en el norte (Guatemala, El Salvador y Honduras). De igual manera, los homicidios ocasionados con armas de fuego en Nicaragua, son menores que en los países del norte, a pesar de los vestigios del conflicto armado  de los años 80.

Según datos del PNUD (2011), la tasa de victimización entre 1998-2009 representa el 14 y 17%; los delitos oscuros (sin denunciar) se mantiene entre 45-55%; aumentando el riesgo de ser víctima de cualquier delito a 2.5 veces. Datos oficiales del 2008-2009 registraron 13 homicidios por cada 100.000 habitantes; en tanto que en El Salvador hubo 76, en Honduras 67, en Guatemala 48, en Panamá 24 y en Costa Rica 11 homicidios.

En 2010 para el caso del Departamento de Managua, existieron según  estadísticas de la Policía Nacional 68,213 denuncias. 1,079 robos, 299 hurtos, 307 lesiones, 412 robos de vehículos, 63 delitos sexuales y 17 homicidios por cada 100 mil habitantes (PN, 2010).

Una de las diferencias de los niveles de seguridad ciudadana de Nicaragua en relación al resto de países de la región se debe a la credibilidad en sus instituciones. Con base a la III Encuesta de Seguridad Ciudadana (IEEPP, 2009) el 45.9% de la población encuestada califica la labor de la Policía como positiva por su profesionalismo y acercamiento a la comunidad.

A pesar de ello, puede observarse un fenómeno interesante en relación a la seguridad ciudadana, como lo es la proliferación de las empresas de seguridad privada. El boom de dichas empresas se da a finales de los años 90, en el marco de los procesos de democratización de la región luego de los largos años de lucha armada interna. Principalmente debido al excedente de armas y mano de obra califica, entrenada para este tipo de situaciones, y por otro lado, la incapacidad de respuesta de las instituciones estatales, dado el incremento de violencia delincuencial en la región.

El aumento de dichas empresas, ha sido tan acelerado que la Policía Nacional las toma en cuenta dentro de su modelo y plan de acción. En 1995 existían solamente 8 de estas empresas, para 1999 había 47 y para el año 2000,  53 empresas que contaban con  un total de 6,536 empleados, mientras que la Policía Nacional tenía para la misma fecha 6,067, de los cuales solamente 4,005 pertenecían a las áreas operativas (Cuadra, 2000). En el año 2003 existían ya 86 empresas de seguridad privada que tenían un total de 9,012 efectivos, mientras que la Policía Nacional poseía 7,200. Esta tendencia sigue marcándose para el año 2012 encontrando un total de 145 empresas con 16,000 trabajadores, mientras que la Policía Nacional cuenta con 12,000 agentes, de los cuales 2.376 operan en Managua (PN, 2010b).

Este fenómeno enmarcado en una crisis de respuesta institucional, al igual que en otros espacios de la vida social como la educación y la salud, permite observar no solamente las debilidades de la Policía Nacional en cuanto a su marco de acción. Pero además, los problemas e incapacidades estatales para brindar a esta institución los elementos necesarios para el desarrollo de su labor. De tal manera que las empresas de seguridad privada tienden a contar con mayores recursos humanos, financieros, de transporte, de armas, tecnológicos y de comunicación que la Policía Nacional (Cuadra, 2000).

Por otro lado, existen en el país 52,390 armas legales en manos de civiles y 29,414 pertenecientes a las empresas de seguridad privada, siendo imposible estimar la cantidad de las cifras negras.  La mayoría de estas armas se encuentran en los departamentos de Managua, León, Chontales y Matagalpa. Los cuál obliga a preguntarse sobre las percepciones de la seguridad. Puesto que un buen número de ciudadanos recurre tanto a la seguridad privada, como a la portación de armas.

Este último hecho es de suma importancia y debe ser evaluado como un factor estructural de la producción de la violencia y la inseguridad en el país. Más aún si se toma en cuenta que según el Banco Mundial (2011), uno de los factores determinantes del nivel generalizado de violencia en la región es precisamente la disponibilidad de armas.

Por otra parte la tendencia creciente a optar por las empresas de seguridad privadas, tanto en el ámbito empresarial (bancos, comidas rápidas, supermercados, etc.), como en el ámbito doméstico, puede ser visualizada como mecanismos alternativos y complementarios a la seguridad pública.

A nivel urbano y debido a la disponibilidad de estas empresas a nuevas tecnologías, se visualiza una transformación del paisaje, encontrándonos cada vez más con hogares que cuentan con cámaras de seguridad, alambrados eléctricos, sistemas de comunicación avanzados y otros mecanismos, que a su vez se convierten en indicadores de las transformaciones de la percepción de la seguridad y de la cultura urbana en un escenario de globalización tecnológica.


3.        Percepciones sobre seguridad ciudadana y discursos

Es conocido que las percepciones hacen referencias a distintos niveles de apropiación subjetiva de la realidad, orientadas a la satisfacción de necesidades individuales y colectivas. A su vez, estas se vinculan al pensamiento simbólico del que forma parte a partir de las estructuras culturales, ideológicas, sociales e históricas que orientan en gran medida, la forma en que los grupos sociales se apropian del entorno.

Vargas (1994: 49) propone que la percepción debe ser entendida como parte de los procesos históricos, por su ubicación espacial y temporal, en tanto, depende de las circunstancias cambiantes y de la adquisición de experiencias novedosas. Antropológicamente, la percepción es entendida como la forma de conducta que comprende el proceso de selección y elaboración simbólica de la experiencia; a través de la vivencia la percepción atribuye características cualitativas a los objetos o circunstancias del entorno mediante referencias del sistema cultural e ideológico del que forman parte.

Desde esta perspectiva, se pretende establecer la correlación entre la construcción de las percepciones a partir del legado cultural e histórico, como parte de los elementos claves con el que los individuos socializan. En este sentido, es importante conocer las percepciones que sobre el tema de seguridad ciudadana están construyendo e integrando a los imaginarios y discursos para los habitantes de la ciudad de Managua.

Ya hemos mencionado que la inseguridad ciudadana se percibe como el riesgo de ser víctima de delitos. Es así, que las percepciones construidas sobre la relación entre inseguridad-miedo-ciudad son poco conocidas, siendo este trinomio un tema de interés a investigar. Además, permite reflejar el tránsito que ha tenido las diversas manifestaciones de violencia urbana en las últimas décadas y en las principales ciudades de la región centroamericana.

La ciudad representa el espacio donde confluyen múltiples escenarios y variadas relaciones que permiten la construcción de imaginarios y discursos ligados al tema de la inseguridad. Entre los principales aspectos reflejados en algunos estudios (III Encuesta sobre Percepción y Seguridad Ciudadana, IEEPP-2009 y Diagnóstico Seguridad Ciudadana en Nicaragua: riesgos, retos y desafíos, (PNUD-2011) destacan las percepciones que la ciudadanía nicaragüense está asumiendo sobre el tema; por ejemplo sobre lugares seguros[4] (hogares, vecindarios y escuelas) e inseguros en la ciudad (centros comerciales y parques públicos), horarios seguros (durante horas de la mañana) e inseguros para la movilización (durante la tarde y parte de la noche), incremento de la inseguridad, confianza ante las instituciones relacionadas con el tema, etc.

A raíz de esas percepciones se construyen discursos colectivos que marca situaciones tangibles e intangibles que se arraigan en los imaginarios y coinciden con la construcción de sentimientos como el miedo.

Podemos encontrar a su vez discursos institucionales como el de la Policía Nacional y del gobierno, que proyectan la imagen de Nicaragua como un país seguro dentro de la región centroamericana, hecho fundamental en el análisis de las percepciones de la seguridad-inseguridad. Puesto que estas se constituyen a través de la comparación directa con otras realidades, lo cual a nivel institucional, permite la legitimación interna de los discursos y prácticas del Estado en cuanto a seguridad ciudadana refiere. Creando marcos de referencia de lo que es y no es seguro. Reforzando de esta manera los ejercicios discursivos de la Policía Nacional.

Nuestro modelo policial es un modelo preventivo, proactivo, comunitario, profundamente arraigado en el corazón de la comunidad y creo que esta es su mayor fortaleza y creo que eso es lo que hace la diferencia. Si la Policía Nacional de Nicaragua no tuviera esa base o no estuviera enraizada en la comunidad de la manera en que lo está, no podríamos tener un aparato de inteligencia tan fuerte como lo tenemos para poderle hacer frente al crimen organizado internacional y de la misma forma si nosotros no tuviéramos órganos investigativos de inteligencia fuerte, tampoco podríamos hacer un buen trabajo preventivo en la comunidad (Granera, 2011).

Tenemos que fortalecer este modelo, porque estamos claros que es una responsabilidad conjunta, responsabilidad compartida, los organismos especializados haciendo su parte y la comunidad trabajando con ellos para fortalecernos en todo sentido, desde los valores cristianos, socialistas y solidarios (Murillo, 2012).

En relación a  estos discursos, merece especial atención la línea de trabajo de la Policía Nacional. La cual se enfoca en siete ejes transversales: la prevención del delito,  violencia y delincuencia, la participación comunitaria, la intersectorialidad, la coordinación interinstitucional, el enfoque de género, la educación y la relación Policía Nacional-Comunidad (PN, 2010b). Siendo uno de los elementos con mayor fuerza trabajados la participación comunitaria.

En  este sentido, el involucramiento de la sociedad civil en la prevención del delito, violencia y delincuencia ha permeado la construcción social de la seguridad, ampliando la cobertura,  fortaleciendo el trabajo desde lo local hacia lo nacional y permitiendo legitimar el trabajo institucional a nivel de la sociedad civil.

Sin embargo, los discursos institucionales, provenientes tanto del poder Judicial como Ejecutivo intentan reforzar los sentimientos de seguridad a través de ejercicios perlocutivos directos, que hacen alusión en muchos casos al papel de la Policía Nacional en un plano nacional y a las bajas cifras de violencia de Nicaragua en relación a otros países de la región:

Nicaragua es un paraíso de seguridad en la región, y el único país de Centroamérica donde el crimen organizado no ha logrado asentarse, ni infiltrado las instituciones. Al contrario ha sido fuertemente golpeado por el Ejército y la Policía (Granera, 2012).  

La seguridad ciudadana es real y el que lo dude que se vaya a los otros países centroamericanos para que vean la diferencia; a veces no vemos lo que tenemos, ni apreciamos lo que tenemos (Granera, 2012).

Retomando estos planteamientos, las percepciones sociales deben ser entendida como un clima social, en el que el convencimiento real y psicológico de la seguridad se entrelaza directamente con la eficacia del sistema jurídico, pero a su vez con los patrones de comportamiento y actitudes que desde la institucionalidad se generan para la protección de los ciudadanos y el mantenimiento de una sociedad segura (Pointevin, 1996). Tomando en cuenta demás que la seguridad como concepto “refiere a una de las funciones básicas de todo Estado: brindar protección a la población que lo constituye” (Arévalo de León, 2002: 235).

Siguiendo a Arévalo de León (2002), el fenómeno de la seguridad se encuentra permeado por el grado de solidez y funcionalidad de sus instituciones, algo que de manera comparativa a nivel del istmo, el gobierno nicaragüense y la Policía Nacional han logrado. Remarcando sus fortalezas estructurales, en cuanto a la capacidad de cumplimiento de sus funciones; y sus fortalezas hegemónicas, relacionadas a los recursos y expresiones de poder coercitivo atribuido a ellas por medio de la legitimidad que la sociedad le atribuye.

De tal manera, que cierta parte de la ciudadanía tiende a confiar en sus instituciones a pesar del impacto que los medios de comunicación generan con sus notas rojas. Deformando la realidad e incrementando el sentimiento de inseguridad como una especie de caja de resonancia que homogeniza el miedo. En otros casos, estos discursos institucionales contrastan con las realidades de los espacios en la ciudad, donde la confianza en las instituciones es menor y no brinda percepción de seguridad ciudadana.

A nivel ciudadano la seguridad en la ciudad es percibida de distinto modos, en dependencia directa a otros elementos constituyentes de la calidad de vida: la pobreza, la exclusión, la infraestructura vial, el acceso a servicios públicos y el alcance de las instituciones del Estado. Es por esto, que si bien, parte de la población se identifica de manera positiva con el trabajo realizado en búsqueda de la seguridad ciudadana, en otros sectores poblacionales se incrementa el sentimiento de inseguridad y descontento hacia las instituciones encargadas de esta labor.

He visto a los policías en las paradas, cerca de las bahías de los buses, ellos no están dentro de la bahía y siempre que los veo están platicando o están con el celular mandando mensajes (Castillo, 2012: entrevista).

La policía, normal en las estaciones, es horrible. Cuando me asaltaron y me robaron el celular, llame a la estación para reportar el robo, pero fue incómodo, porque la operadora me mandaba a Ciudad Sandino y soy de Bolonia, y no pude nunca poner la denuncia (Martínez, 2012: entrevista).

Por ejemplo, en las respuestas de distintos líderes comunitarios, de algunos barrios empobrecidos de Managua al preguntárseles al respecto de la seguridad de sus comunidades, pueden encontrarse una serie de sentimientos que nacen de las necesidades que su realidad inmediata les imponen: descontento, desilusión, temor, apatía e incluso conformismo son parte del variado repertorio de percepciones y emociones que se desencadenan del poco impacto de las acciones contra la delincuencia y la violencia cotidiana.

Aquí no hay seguridad, no hay policía y los delincuentes hacen lo que quieren. En las noches no se puede ni salir, es mejor quedarse encerrada (Espinoza, 2012: entrevista).

No se puede ir a todo el barrio, allá abajo seguro nos asaltan, y los muchachos de allá abajo están armados y no se llevan con los de acá arriba. Hoy mismo en la mañana hubo un tiroteo en la calle principal del barrio. Pero cuando la policía pone estaciones móviles la cosa se calma, pero cuando se van, todo sigue igual. Es peligroso (Herrera, 2012: entrevista).

En esa misma esquina asaltan, andan por grupitos. Uno llama a la policía y nunca aparecen. Ahí se mantiene en el parque y esquinas fumando y haciendo quién sabe qué (Corea, 2012: entrevista).

Estas situaciones se encuentran sumamente relacionadas al espíritu mismo de la vida en la ciudad.  Por sus características y acelerado crecimiento urbanístico y poblacional, así como por sus variadas y contrastantes realidades, en los centros urbanos la violencia tiende a magnificarse afectando la calidad de vida de todos los sectores sociales que la habitan, convirtiéndose también, en una de las expresiones más claras de la crisis urbana (Carrión, 1994. 30).

Es por esta razón que los discursos urbanos de los empobrecidos y excluidos en diversos barrios de la ciudad de Managua, despliegan una compleja variedad de sentimientos. Al mismo tiempo que los fenómenos de delincuencia y violencia aumentan, son las poblaciones urbanas las que se reconocen a sí mismas como víctimas, ya sea colectiva o individual, lo que los lleva a colocar dichas problemáticas por encima de otras dificultades sociales. A su vez, puede encontrarse la idea de que Managua por sus características específicas, se presenta como un lugar que incrementa la vulnerabilidad:

Managua es una ciudad que no ha sido diseñada para ser ciudad, no hay espacios de seguridad. Por ejemplo, hay muchos espacios baldíos, hay muchos callejones, hay muchos espacios donde no hay posibilidades de movilizarse muy bien (Castillo: 2012: entrevista).
Así pues, el desgasto social producido por el control de la delincuencia o simplemente por el miedo a ella no permiten organizar a estas sociedades en busca de mejoras ambientales, educativas o de otro tipo. Dado que el contexto del miedo permea a estas colectividades, la mayoría de esfuerzos encaminados a otras esferas de la calidad de vida, serán poco abordados por esas poblaciones.

Sumado a esto, se puede observar que las representaciones de la seguridad están ligadas a territorios y horarios del miedo, lo cual es reflejado tanto en las estadísticas oficiales como en los discursos cotidianos. Así por ejemplo para la Policía Nacional identifica que los horarios de mayor vulnerabilidad se encuentran entre las cuatro de la tarde a media noche (PN, 2010). Situación reflejada en los discursos:

Me hacen sentir insegura un montón de cosas. Transitar en las calles, salir de noche del trabajo, a veces tengo que salir 6 o 7 de la tarde, y como siempre ando sola me da miedo, porque a esa hora los asaltos son bastantes (Osorio, 2012: entrevista).

Los horarios más peligrosos son en la tarde, después de las 5pm hasta la noche (Ordoñez, 2012: entrevista).

Para Carrión y Ñunez (2006), las marcas territoriales del miedo se convierten en los espacios donde las poblaciones “construyen y depositan un imaginario de temor, a partir de los cuales se extiende a la totalidad de la ciudad” (Carrión y Nuñez, 2006: 8). Estos territorios e itinerarios del miedo se construyen a su vez por diversos factores, por su ubicación estratégica, por el papel de los medios de comunicación o por la incapacidad institucional para la atención de estos espacios:

Cuando me subo a los puentes peatonales, siempre estoy pensando en dos cosas: o me matan allá abajo un carro si me cruzo la calle o me matan allá arriba (del puente peatonal) porque eso de los puentes, generalmente hay gente ahí. Y eso debería de estar prohibidísimo. Cuando miro un grupo de 3 o 2 hombres, uno piensa que van a asaltar o tienen una intención (Salazar, 2012: entrevista).
Aquí en Managua pensaría en las paradas de buses que son el lugar donde te pueden asaltar y el Mercado Oriental (Medrano, 2012: entrevista).

Como te decía Mercado Oriental y el Huembés. Todos los lugares son normalmente inseguros, Multicentro, Galerías, vos vas y escuchas que se han dado asaltos más elaborados que conllevan un plan más estratégico (Mendoza, 2012: entrevista).

Queda claro además que partiendo de una misma realidad, la percepción del miedo contará con matices, entre los cuales podemos encontrar algunos elementos fundamentales como el género, la clase e incluso el lugar de origen. En muchos de los casos abordados, las personas provenientes del interior del país, calificaban a Managua como un sitio de alto riesgo y violento comparado con los lugares de origen

Si te vas a otros departamentos, por ejemplo Diriamba, vos dejas tus cosas y no pasaba nada. A mí me daba miedo, porque ya me había pasado en Managua. Pero la gente en lugares más pequeños, cuida tus cosas, no te van a asaltar (Ordoñez, 2012: entrevista).
Para otras personas (aún sin haber salido del país), Managua presentaba mucho mejores condiciones que otras ciudades como Guatemala y El Salvador donde la violencia alcanzaba niveles poco probables para el país. Sin embargo, para algunos esta relación es inversa:

Si bien, la idea que se maneja es que Nicaragua es uno de los países más seguros de Centroamérica, yo creo que los nicaragüenses que vivimos acá, somos muy cautelosos y lo tomamos en ese sentido, con mucho recelo; cuestionamos esa idea (Castillo, 2012: entrevista).
Yo fui al Salvador, y esa es otra idea, que en ese país hay mucha inseguridad a nivel de Centroamérica. Y lo que yo sentí es que no tenía tanta inseguridad, no estaba pensando tanto en eso, pero esa es la idea que se maneja aquí (Herrera, 2012: entrevista).

Por su parte las diferencias de género presentan distinciones en cuanto a las representaciones del miedo y percepciones de la seguridad, no solo en aquellos hogares donde la cabeza familiar son madres solteras o mujeres casadas cuyos cónyuges han migrado, sino en términos generales debido al hecho de que ser mujer incrementa el riesgo a ser víctimas de hechos delincuenciales o violentos:

A mí no me gusta tomar taxis, porque he escuchado historias de muchachas que les han pasado cosas muy terribles en los taxis, no solo que les han robado, eso sería lo menos importante, sino que han sufrido violaciones y otro tipo de cosas (Gonzales, 2012: entrevista).

Otro elemento que debe tomarse en cuenta es el tipo de ocupación, puesto que los temores reales e imaginados se incrementan en determinados lugares y horarios, situación relacionada a su vez con el tipo de trabajo realizado. Así por ejemplo, a través de charlas informarles se puede constatar que trabajar como taxista es una de las principales ocupaciones en que las amenazas y riesgos tienden a marcar la percepción. Siendo este trabajo ocupado mayoritariamente por hombres. La percepción de inseguridad asociada a este tipo de ocupación laboral es de doble vía: por un lado, el temor del trabajador a ser víctima de asaltos; y por otro, el temor de los usuarios a ser víctimas de los taxistas.

La preocupación contemporánea de la seguridad radica en la fuerza notable que los medios de comunicación han alcanzado y que facilitan las representaciones de la violencia y del proceso de homogeneización del miedo en las ciudades. Aunque los riesgos son diferentes, los miedos son iguales porque funcionan como caja de resonancia.

Debe notarse además el rol significativa de los medios de comunicación como filtro ideológico, estos se enmarcan en un acontecer noticioso  altamente politizado y tendiente a la polarización social, reflejado para cualquiera de las alianzas políticas a las que pertenezcan, en sesgos significativos tanto en la forma, como en el contenido de la noticia televisada y escrita.

Este hecho es sumamente relevante para entender la configuración de las percepciones de la seguridad en la ciudad y en el país. Puesto que la noticia invade la cotidianidad con imágenes y contenidos alarmantes, reproductores del miedo, que además tienden a la deslegitimización de las instituciones del Estado.

En este sentido tal y como hace ver Fernando Carrión (1994), los medios de comunicación se convierten en factores desencadenantes de la violencia urbana “no sólo porque producen conductas violentas sino que también aparecen como generadores de modelos, valores y técnicas a seguirse” (Carrión, 1994: 36).

Aún así, debe tomarse en cuenta que existen dos esferas de proyección de la noticia en el país, la primera de ellas es de carácter interno, en la cual tal y como se ha descrito, obedece a patrones polarizantes, y la segunda a nivel regional, en la cual desde diversos ámbitos se denota cierta valorización positiva de los esfuerzos locales en relación directa con otras realidades centroamericanas, fundamentalmente de aquellas que presentan peores escenarios que el nicaragüense. La primera de las esferas pareciera arraigarse en la identidad político-ideológica, mientras que la otra se afianza a la identidad nacional, jugando el rol de marcador cultural y social ante otras identidades nacionales.


A modo de reflexión
En términos históricos la recomposición de las fuerzas en el espectro social y político significó, muchas veces, procesos de corte revolucionario y de intervención militar en algunos países de centroamericanos, que sumado a la creciente deslegitimación de las instituciones y a las desigualdades económicas en circunstancias en que se reforzó la aplicación de una serie de prácticas vinculadas con la violencia, el asesinato y la violación de los derechos humanos contribuyó a configurar toda una cultura del miedo en la cual se enmarca el conocido proceso de transición.

Como menciona Torres-Rivas (1990), no es de extrañar que en estas circunstancias se tratara entonces de procesos impuestos desde los centros hegemónicos de poder, utilizando el miedo y la pauperización constante de los medios de vida como mecanismos de chantaje para desplegar una forma de democracia que no entrara en demasiadas contradicciones con el modelo económico que se impulsaba.

Estas son algunas de las razones que conducen a Torres-Rivas a sostener que: “(...) la transición ocurre desde una tradición y una estructura de poder profundamente autoritarias”, a la que debemos sumarle las características de regímenes políticos que conocen la práctica del miedo en gran escala para desarrollar sus objetivos de desarticulación y desmovilización de toda forma de organización y participación popular. Para Torres-Rivas, “(...) la noción de democracia es reducida a un acto electoral y luego, el ejercicio del voto, como un acto reglado (voto obligatorio), que se realiza en el seno de sociedades aterrorizadas. De tal manera, que la cultura del miedo que existe hoy en las ciudades centroamericanas son el resultado de la aplicación sistemática del terror contra la población civil

En torno a la construcción social de las percepciones de la seguridad, debe tomarse en cuenta la diversidad de actores y los intereses de los mismos, si bien en cierto que no solamente a nivel nacional, sino de organismos internacionales como PNUD, se reconoce el notable esfuerzo del Sistema de Justicia Nicaragüense, el imparable proceso de crecimiento poblacional y urbano en Nicaragua obliga a reconocer aquellas voces diversas que reflejan tanto los discursos oficiales y mediáticos, como las realidades vividas.

Es decir, los imaginarios del miedo son constituidos por el sentimiento de inseguridad-seguridad  a los que las poblaciones urbanas son sometidas en su cotidianidad. La transformación del paisaje de la ciudad, el papel de los medios de comunicación, la eficacia de la normativa, la funcionalidad y alcance institucional, así como el incremento de nuevas tecnologías y el traspaso de la confianza en aspectos de seguridad al sector privado deben ser analizados con mayor profundidad.

Este hecho obedece a que la ciudad se presenta como un espacio fundamental para la construcción social, la formación de identidades colectivas y el reforzamiento de la ciudadanía como categoría de derechos–obligaciones. Dado el carácter centralizador de la ciudad en términos económicos, sociales y de desarrollo, determinan en gran medida el hecho de que la violencia “genere niveles contrarios a la convivencia social, como el individualismo, la angustia, la inseguridad y el marginamiento” (Carrión, 1994: 33).

Así pues, las percepciones de seguridad y los sentimientos del miedo relacionados a habitar la ciudad, se encuentran determinadas por miedos característicos de la urbe, que se vincula a distintos actores, formas, territorios e itinerarios. Produciendo escenarios sociales del miedo que son percibidos de acuerdo al punto real en el cual se ubican los actores sociales y a una serie de flujos internos y externos que intentan modificar los parámetros de percepción de lo vivido y lo imaginado en torno a la seguridad ciudadana.

Bibliografía básica
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Arévalo de León, Bernardo (2002). “De la seguridad Pública a la seguridad ciudadana: Retos y tropiezos.” En: Seguridad democrática en Guatemala: desafíos de la transformación. Bernardo Arévalo de León (Cood.)  FLACSO, Guatemala.
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Relación de informantes:
Mondoza, Ariana. Entrevista realizada en Managua, 12/12/11.
Medrano, Martha. Entrevista realizada en Managua. 15/01/12
Salazar, Rigoberto. Entrevista realizada en Managua, 18/01/12
Castillo, Eimeel. Entrevista realizada en Managua, 18/02/12
Martínez, Javier. Entrevista realizada en Managua, 27/05/12
Espinoza, Miriam. Entrevista realizada en Managua, 23/05/12
Herrera, Bayardo. Entrevista realizada en Managua, 30/05/12
Corea, Juan. Entrevista realizada en Managua, 24/05/12
Ordoñez, Tania. Entrevista realizada en Managua, 24/02/12
Gonzales, Ricardo. Entrevista realizada en Managua, 21/05/12








* Antropóloga con máster en Ciencias Sociales, actualmente es investigadora del Centro Interuniversitario de Estudios Latinoamericanos y Caribeños (CIELAC) de la Universidad Politécnica de Nicaragua (UPOLI).
[1] Al respecto hay un largo tratamiento desde Wittgestein (cómo hacer cosas con palabras, y los juegos del lenguaje), a otros teóricos de la semiótica.
[2] Es importante mencionar que la violencia delincuencial tiene grados y tipos de manifestaciones en que afecta a la población en general, pero hay segmentos de ella que se encuentran (según género, edad, clase) proclives al riesgo de ser víctimas de la violencia.
[3] Estas cifras tienden a incrementarse debido a que la incidencia de los delitos es más alta que lo registrado en las cifras oficiales. Es decir, que la existencia de un problema en el registro de los datos indica una alarmante cifra “oscura” del delito, ¿cuántos delitos ocurridos no se conocen?
[4] Dadas las condiciones de crecimiento demográfico y expansión de la ciudad, los proyectos urbanísticos de carácter privado, están vendiendo la imagen que habitar en residenciales amurallados y con control de vigilancia ofrece un espacio de seguridad, situación que forma parte del imaginario sobre seguridad para un sector pudiente.