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martes, 23 de octubre de 2007

El pensamiento de Nuestra América I


AMÉRICA: RAZA INDÓMITA


“No las damas, amor, no gentilezas de caballeros enamorados, ni las muestras, regalos y ternezas de amorosos afectos y cuidados; mas el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles esforzados que a la cerviz de Arauco no domada pusieron duro yugo por la espada” (Fragmento del Poema “La Araucana” de Alonso de Ercilla y Zuñiga)

José Martí ese gran visionario latinoamericanista instalado en el bronce y en el corazón de nuestra América, llegó a decir que si la guerra mayor que se nos hacía era de pensamiento, había que ganarla con el pensamiento.

El pecado capital inconfeso de la civilización Occidental, ha sido su absolutismo y su incapacidad para distinguir las diferencias del otro. La presencia avasalladora del conquistador español en el llamado “nuevo mundo”, vino a significar, en todo el proceso del coloniaje cultural y extendido hasta nuestros días, que América sea negada y asesinada en nombre de la razón. La razón instrumental impuesta por Europa, como un logos de luz y civilización, vino a exorcizar el mito en la cultura ancestral de nuestros pueblos originarios, considerándolo “historia falsa”, o “fábula”, desconociendo que éste, en su función cosmogónica y antropogónica instauradora, constituía la síntesis de su experiencia y sabiduría, a la vez que el fundamento primordial de la historia.

Comparto lo que dice Adolfo Colombre, que en cierto modo la civilización occidental ha fracasado en América y el resto del mundo, no sólo por su incapacidad de asumir lo diferente, sino por haberse convertido, como lo afirma Bonfil Batalla; en una espléndida constructora de desiertos y un eficiente agente de destrucción de la vida de la tierra, el aire y el agua (Colombres, 2004:15). En la ultra modernidad, esta cruel realidad se ha visto potenciada por el fenómeno globalizador y la seducción del mercado a las corporaciones transnacionales y su enamoramiento de los mercados periféricos. En las postrimerías del siglo XIX se había sellado la suerte de América por parte de las clases dominante y la elite intelectual, convencidos que el destino de ésta era Occidente. Esto propició y favorecido el abandono del proyecto de América como una civilización con vida propia. Tal empresa y tal desafío, implicaba la alienación en lo simbólico y como tal el alejamiento de los valores culturales propios. Al respecto, el escritor argentino Jorge Luís Borges, de educación europeizante dice: “nuestra tradición es toda la cultura occidental y que tenemos tanto derecho a ella como cualquier otro país europeo, pueden tener como principal misión innovar en la cultura europea, manejar todos sus temas sin supersticiones”(Columbres, 2004:12). Frente a esta visión eurocentrista y periférica de América ¿Acaso las tradiciones ancestrales de nuestros pueblos originarios no cuenta? ¿La sabiduría acumulada, reflejada y expresada en sus mitos no puede comunicarnos nada de la realidad?

América también tiene pecados inconfesos, y estos pecados tienen que ver con la miopía cultural que nos empaña. Hemos querido ver siempre con los ojos del conquistador, negando la plenitud de nuestra historia. El pensador mexicano Leopoldo Zea, destacaba que América aún no ha hecho su propia historia, sino que ha pretendido vivir la historia de la cultura europea, como un eco, como su sombra. (Zea, 1953) Lo peor del caso es que un amplio sector de la intelectualidad latinoamericana está en sintonía con esta actitud mimética; quemando sus naves en el muelle; como dice Colombre: “un pueblo que deserta de su cultura y su destino deja de participar en la cultura del mundo pues otros hablan por él”. (Colombres, 2004:18)

Las expresiones vertidas hace unos días por el historiador nicargüense Aldo Días Lacayo, respecto de un reclamo ético y un juicio histórico a la invasión española y el genocidio indígena, han sido asumidos con un gesto concreto, en las disposiciones emanadas del Ministerio de Educación de Nicaragua (MINED) para modificar en el sistema educacional nicaragüense, la efeméride del día de la hispanidad, por el Día de la Resistencia Indígena”. Me parece un gesto loable y consecuente con nuestra historia de permanente sometimiento y resistencia, será una actitud que nos llevará no a celebrar, sino a reivindicar y revivir la memoria ancestral de nuestros pueblos originarios y a recuperar nuestra identidad cultural latinoamericana., desplazada a la periferia y muchas veces caricaturizada.

Muchas de las políticas de los Estados nacionales en América Latina, conservan la idea de conformar sociedades nacionales homogéneas, considerando la presencia indígena y afro americana como un obstáculo para el desarrollo, por lo tanto son negadas y confinadas a su propia suerte. El concepto de cultura dominante resulta ser intolerante, simplista y hasta fundamentalista en muchos casos; en que el eurocentrismo y logoscentrismo, ha inducido a creer que los valores culturales se reducen a demostraciones folklóricas, reproduciendo bailes y coreografía que reflejan sumisión y no una racionalidad diferente, la del “otro”, la que puede construir su propio camino. Cultura es sinónimo de pluralidad, de otredad, es respeto por la identidad del otro que es diferente, y no por ello objeto de dominación, por esta razón se debe asumir un criterio etnológico que asimile el concepto de cultura al de matriz simbólica que nos permita identificar y reconocer las características multiétnicas de nuestros pueblos. Los datos antropológico acerca de la multiculturalidad y plurietnicidad de América, sostiene que en ella existen más de mil culturas o matrices simbólicas; entre las que se hayan la indígena, las criollas campesinas, las afroamericanas y sus variantes afrocaribeñas, las populares urbanas, las regionales rurales y las culturas ilustradas desplazadas por el continente. Se hace imperioso que en esta multitud de matrices simbólicas, se establezca un eje sobre el cual se articulen y se unan las identidades, bajo una idea de cultura que trascienda las diferencias y se comparta una historia común con sus diversas lenguas y tradiciones.

Bonfil Batalla, planeta la tesis que “el proyecto civilizatorio de América y sus pueblos indígenas trasciende las particularidades concretas de cada cultura, viéndolas en su conjunto y como un proyecto distinto, así como entender la continuidad milenaria de la civilización amerindia. Los préstamos y transformaciones habían cambiado el rostro de esas culturas pero que la matriz civilizatoria permanecía. Nada impide, construir un proyecto alternativo que nos permitiera ver a la civilización occidental desde la perspectiva de nuestra propia civilización original” (Bonfil, 1987:235). A la par Martí decía: “el mismo golpe que paralizó al indio paralizó a América, y que mientras éste no echase a andar de nuevo tampoco América andará bien.

La crisis de las sociedades modernas es antes que nada cultural, es preciso tomar conciencia de esto y remediar este mal. Occidente ha realizado ya la suma de sus posibilidades, como civilización se ha anquilosado y cual árbol gigante no tiene hojas ni savia. Césaire, al hablar en nombre de los millones de hombres arrancados de sus dioses, de sus hogares, de sus tradiciones y hábitos, e incluso de su historia para pasar a ser la carne de cañón de otros procesos, de otras aventuras; dice que la civilización que utiliza el imperio de la fuerza para justificar su colonización, es ya una civilización enferma. (Césaire, 1955) América, con toda su riqueza cultural, con sus más variadas tradiciones, y con su matriz simbólica, nos plantea el gran desafío de redescubrirla, como un proyecto civilizatorio emergente, alternativo y con la voluntad explícita de alejarse de los modelos ajenos. América, a pesar de la invasión española y atrocidades del genocidio, resistió, cuál raza indómita.

Guillermo Gómez Santibáñez
Director del CIELAC UPOLI

Cielac@upoli.edu.ni