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martes, 28 de abril de 2009

Exclusión Social en Nicaragua


EL CLAMOR DE LOS POBRES

GUILLERMO GOMEZ SANTIBAÑEZ

Las sociedades latinoamericanas han vivido un agitado proceso de transición en los últimos cuarenta años. El modelo de desarrollo que se aplicaba en América Latina desde la Segundad Guerra Mundial y que proponía la superación de la pobreza de los llamados países del tercer mundo, no logró los resultados esperados y los pobres de este segmento del mundo debieron conformarse, al igual que en la parábola bíblica del rico y Lázaro, con las migajas de debajo de la mesa.

Durante los agitados años 60 y 70 del siglos XX, la nueva estrategia norteamericana, para su política exterior en América Latina, fue el apoyo económico, que bajo conspiración y la inspiración ideológica de la doctrina de seguridad nacional, sustentó y alentó la provocación de golpes militares sistemáticos en el continente, en medio de un proceso de profundos cambios sociales con clara identidad socialista. Estos procesos crearon la idea de legitimación en las clases altas, formadas principalmente por la burguesía, la aristocracia u oligarquía, justificando la instrumentalización de los mandos castrenses para la conquista del poder político. De este modo se allanó el camino para la penetración de un nuevo modelo económico sin contrapeso basado en la política y economía neoliberal que se impuso a las utopías tras el fin de la guerra fría . Así se abrió la puerta al “nuevo orden mundial”, que haría cumplir la agenda de un capitalismo escatológico sin competidores.

En la década del sesenta, bajo el modelo desarrollista, el pobre era un “marginal”, es decir, alguien que se ubicaba en el exterior de un proceso de modernización y de desarrollo y que tarde o temprano sería integrado. A partir de la década del ochenta, el modelo de desarrollo es desplazado por el modelo de crecimiento, lo que significa que la imagen del pobre cambia sustantivamente. El pobre ahora es un “excluido” o un “desechable”, vale decir, alguien que debe morir para que otros puedan vivir.

El desplazamiento de la imagen del pobre “marginal” al pobre “excluido”, en el proceso de transición de un modelo económico de desarrollo a un modelo económico de crecimiento, vino a significar en América Latina, la configuración de una nueva sociedad, esto implicaba una verdadera transformación ética y política en la sensibilidad social de nuestros pueblos.

Bajo un modelo económico donde el Estado es subsidiario y responsable por resolver todos los problemas, la imagen del pobre desechable es un insulto a la dignidad humana, sin embargo, hoy es vista como necesaria. Bajo la lógica del mercado, el desechable es una pieza del sistema que al no dar resultado para el consumo o el lucro debe ser desechado. Bajo esta perspectiva, lo desechable no sólo es “alguien”, sino también “algo”: la naturaleza.

El modelo neoliberal con cierto eufemismo pone a los excluidos y a la naturaleza como victimas necesarias en beneficio del progreso y del desarrollo. Bajo el discurso del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el de la CEPAL: el “crecimiento como valor” y “la transformación productiva como equidad”, los países de América Latina echaron los dados sobre su propia suerte, con la esperanza de salvar a “los más pobres” y superar la desigualdad interna. Se pusieron entonces, por la razón o la fuerza, bajo la sombra de la globalización que vino a significar el esfuerzo de los gobiernos por administrar sus economías y descongelar sus estructuras productivas en beneficio de un mercado mundial competitivo.

En el caso concreto de Nicaragua, su economía se basaba en el modelo de desarrollo imaginado en la postguerra, es decir, en el modelo de sustitución de importaciones. Al someter su economía al despliegue de un mercado mundial globalizante, se ponía a la vez bajo un condicionamiento exterior donde su pequeña economía tiene una importancia secundaria y reactiva y en cuya lógica no se contempla las necesidades del pueblo. El valor agregado de esta economía liberalizada lo da el incentivo económico para mejorar la calidad de la producción, la apertura de nuevos mercados y una tecnología de punta que estamos lejos de producir y controlar.

Bajo estas condiciones, de desventaja competitiva y de la incapacidad para hacer posible la explotación intensiva de la producción, nuestra modesta economía, entra al parecer, a un viaje sin retorno dentro de un modelo de economía de mercado abierto. De este modo se nos impone otra vez una carga con una globalización inducida que reedita la reactividad y la dependencia histórica de nuestra economía.

Nicaragua pareciera no tener más alternativa que la que le impone el mercado liberalizado. Debe conformarse con su triste realidad de no tener la capacidad de producir competitivamente y generar riqueza interna suficiente y necesaria. Se debate entre la miseria y la pobreza como destino irremediable. ¿Debemos conformarnos? ¿No es posible revertir esta realidad? ¿Tendremos que mirar nuestro futuro con la mano estirada y abierta, esperando que la cooperación externa decida por mi cuando ser pobre y cuando no? El Papa Juan Pablo II decía: “los pobres no pueden esperar”, afirmando de este modo que la pobreza es un asunto de suma urgencia sobre todo porque es generado por un problema estructural, donde la riqueza de unos pocos se concentra a costa de la gran masa de pobres. La economía de mercado libre, en su expresión más rígida y vigente ensancha la brecha entre ricos y pobres, haciendo a los ricos cada vez más ricos y a los pobres cada vez más pobres y antepone el capital al trabajo y lo económico a lo social.

Nicaragua necesita una visión de país, con una política económica que sepa guardar los equilibrios entre los intereses nacionales y los foráneos. Debe sumar a esto una política social que priorice y oriente los recursos económicos hacia el desarrollo de los más pobres. Así podrá generar bienestar y esperanza de cambio en nuestra sociedad. Los pobres de Nicaragua claman por estos equilibrios.