EL DISCURSO POLÍTICO DEL VOTO
Guillermo Gómez Santibáñez
Los candidatos de los
distintos partidos, que aspiraron a la
presidencia de la República de Nicaragua, entraron seguramente esta semana en un
tiempo de reflexión y autoevaluación sobre el resultado de las elecciones, revisando
lo bueno y lo malo de su campaña y la fuerza y debilidad de sus discursos. Sus
aspiraciones al poder político se definió, parcialmente, la noche del 6 de
noviembre pasado, cuando el voto popular se expresó mayoritariamente en las
urnas mediante el ejercicio ciudadano y democrático del sufragio universal de
los nicaragüenses y cuyos resultados emitidos por el Consejo Supremo Electoral,
señalaban ya una tendencia clara hacia el Comandante Daniel Ortega, candidato
del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Un análisis de
contenido, en su nivel de superficie (descripción de la información), sobre la
construcción del discurso político de algunos de los candidatos a
presidente, nos permite ver lo verdadero
y lo falso, las contradicciones y los reparos de última hora de los programas
de gobierno, que apuntan al enamoramiento y a la conquista del voto del
electorado nacional. Veamos algunas señales:
El respeto al voto popular.
Nicaragua es un país
con una democracia joven, defectuosa, de tipo delegativa, que no ha podido
todavía articular a plenitud un Estado de Derecho, donde los poderes
ejecutivos, legislativos, judiciales y el Tribunal electoral encuentren el
equilibrio y la autonomía suficiente y necesaria para desarrollarse y
desempeñar su función. Nos batimos más bien, entre una democracia minimalista, eligiendo
cada cinco años gobernantes; y una democracia elitista, que sirve para rotar y
privilegiar a la élite gobernante. Este es un concepto de democracia restrictiva
que implica que la única ciudadanía válida es la ciudadanía política, es decir,
los únicos derechos propios de la democracia son los políticos, excluyendo otras
dimensiones de la ciudadanía. Este concepto de democracia nos conduce a un
círculo vicioso y maldito donde la democracia se define, en última instancia, a
partir del principio de incertidumbre en los resultados electorales.
Pese a las reglas del
juego impuestas; hay en la ciudadanía una conciencia del “voto ajeno” como algo
sagrado. El respeto a la “voluntad del ciudadano” debe predominar a toda costa.
Esto se da en tanto el elector se autocomprende como persona, con derechos
políticos y sociales, cuya voluntad de decisión, en un proceso electoral,
reside en la conciencia reflexiva, donde nada ni nadie más que el propio
ciudadano puede intervenir.
El modelo político que
se ha impuesto históricamente en Nicaragua responde a una matriz de dominación
colonial y neocolonial, con escenarios propicios para la implantación del
pensamiento liberal y neoliberal. Entre el año 79 y 90 del siglo XX, Nicaragua
tuvo un punto de inflexión y de tendencia hacia la izquierda que reivindicó el
derecho de los más pobres, el derecho a la tierra y el derecho a la educación.
Los datos socioeconómicos del votante nicaragüense indican que el 80% del voto
es pobre, lo que implica que es un voto de clase, que paga impuestos, muchas
veces más del que le corresponde pagar al rico.
La forma en cómo los
candidatos han definido su discurso político y la manera en que han construido
su imagen y los símbolos de su campaña electoral, tiene una incidencia enorme
sobre la conciencia de los votantes, tanto como la posibilidad de impacto sobre
el segmento de los indiferentes y los
indecisos. Sin embargo, no han sabido cómo conquistar el voto de los
pobres, no conocen el mundo real de los pobres, les ha faltado creatividad,
compromiso e inteligencia política en este horizonte.
La naturaleza del voto,
aún con sus limitaciones de una democracia defectuosa, puede decidir el destino
político de Nicaragua, en términos de un determinado modelo político y programa país. Respecto a
esto vale mencionar que no es suficiente escribir un programa de gobierno para
postularse a la presidencia. Al ciudadano nicaragüense le interesa mucho no
sólo un programa bien articulado y aterrizado en la realidad, sino también
quién es el que lo liderará y tendrá la capacidad de incidir en su
cumplimiento. Pero más importante aún es que el programa tenga la fuerza y la
estrategia política de transformar las desigualdades económicas y sociales de
la sociedad. No se trata más de lo mismo, ni de defender los intereses de los
que ostentan el poder económico, sino de romper con las injusticias y
asimetrías de un modelo económico y social excluyente. En este sentido, cabe
citar a Marx, cuando les reprochó a los
filósofos de su tiempo, en la XI tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han
hecho más que interpretar el mundo de
diversas manera; lo que importa, es transformarlo.
Los vientos políticos
tempestuosos que en estos días soplan en Nicaragua son el claro indicio que el
voto del “soberano” vale ante una carrera presidencial y legislativa. Por ella
y por el voto, algunos son capaces hasta de brincar de un partido a otro, sin
términos medios, otros, de traicionar su propia conciencia social y su ideario,
sin importar que ayer fueron radicales revolucionarios y hoy ya no recuerdan su
lucha ideológica y se han debilitado. Más allá de explicaciones cuantitativas o
de formulas estadísticas, lo cierto es que un padrón de 3,4 millones de
electores, mayores de 16 años, esperan para emitir su voto y decidir, en
libertad de conciencia, por el programa de gobierno que de manera realista y
concreta cambie, en algún grado, las tremenda desigualdades sociales y la
exclusión en este país. Los candidatos serios y responsables, con clara
vocación política y de servicio público saben muy bien que en Nicaragua el voto
del pueblo vale y debe ser respetado, pues es él el que al fin de cuenta
decide.
Verdades,
medias verdades y falsedades del discurso político
Durante varios meses
tuvimos la oportunidad de ver, especialmente
por la televisión nacional, el empeño de los candidatos por convencer
con un discurso político que incidiera en el voto ciudadano. Imágenes
personales, viajes interdepartamentales, símbolos, canciones, disertaciones;
que entre significados y significantes, forma y contenido, interlazan
conceptos, ejes, claves, oposiciones binarias, que pueden enriquecer la
política y hacer verdadero al político, o bien dañarla y hacer que el
consumidor del discurso lo tenga por falso.
Una primera verdad que
constatamos es que todos los candidatos son ciudadanos que están en pleno goce
de sus derechos civiles y políticos y por lo tanto pueden aspirar a la primera
magistratura de la República. En Nicaragua, desde los años 80 para acá, la
Constitución Política ha conservado estos derechos sin discriminación de clase,
de sexo, de credo político o de religión. Otra verdad que constato es que los
candidatos no pecan de buenas intenciones porque están bien claro que el poder
político les permite incidir en las Políticas Públicas y ofrecen lo que ellos
saben que puede generar cambios y marcar alguna diferencia si se trabaja con
inteligencia política un buen programa de gobierno.
Una de las medias verdades
y abiertas mentiras, es que el candidato presidencial, que no tiene trayectoria
política, un sólido respaldo partidario, una fuerte base social y una
candidatura de consenso, podrá creerse todo lo que quiera y todo lo que digan
sus asesores, pero hacia el sector votante, que es el que importa; sólo
proyecta incertidumbre, desconfianza y no garantiza ninguna estabilidad futura.
Lo peor de las abiertas mentiras es que los candidatos pueden aparecer en el
último lugar de la intención de votos, muy por debajo de lo permitido, sin
embargo, insisten en proclamar con algarabía su aplastante triunfo sobre sus
contendores.
Dentro de las verdades
y falsedades del discurso de los candidatos quiero identificar un hilo
conductor. Con excepción del actual presidente Ortega; que como candidato no
podía irse contra sí mismo; todos ocuparon casi su tiempo de campaña en
identificar a un enemigo común y tomaron como referente la figura del
Comandante Ortega construyendo un discurso de contrapoder basados en el miedo social.
Esto nos indica tres cuestiones a
destacar.
Primero, el miedo le ha
servido siempre a las élites para mantener y ampliar sus privilegios y
controlar a las masas. Los candidatos no aprendieron la lección y recurrieron
al viejo recurso sicológico del miedo, usando ahora la estrategia acusadora de
la ilegalidad, el irrespeto a la institucionalidad, la corrupción, el fraude,
el partidismo, la dictadura, la violencia y la huida de la cooperación
internacional etc.; todos conceptos discutible desde el punto de vista jurídico
y político. Sin ideas no hay argumentos y sin argumentos no hay discurso; sólo
queda descalificar a la persona.
Segundo, el discurso
basado en el miedo social, me lleva a pensar, a partir de un texto de Enrique
Dussel, en el concepto de tolerancia,
una actitud mínima que forma la voluntad del ciudadano en una sociedad con
valores democráticos. No se reflejó, en absoluto, una actitud ética y política
de ningún candidato que abriera la posibilidad de cambiar, en un mínimo
posible, la forma de hacer política en Nicaragua, al menos en el discurso, ni
menos de mostrar una señal de tolerancia. El intolerante se vuelve dogmático y
cree ser poseedor de la verdad, más aún, asume un papel mesiánico y expande su
verdad cuando cree tener el poder político para imponer su voluntad de poder
usando la violencia como un recurso natural, exigiendo a todos la aceptación de
su verdad sin cuestionamientos. El intolerante dogmático construye una cierta
teoría de la verdad y no acepta nunca la fabilidad de su verdad. Aceptarla
constituye una derrota frente a una guerra fundamentalista del poder político.
Tercero, si la
intolerancia dogmática es la ingenua y pura posesión de la verdad; la
tolerancia, en su racionalidad, es pretensión de verdad. Esto significa que la
verdad no es una “posesión” sino una “pretensión” de acceso, no absoluto, sino
finito, parcial, a una posición veritativa, cognitiva, desde perspectivas
diversas y condicionadas por lo cultural a lo real. La pretensión de verdad, en
su horizonte ontológico, es encuentro abierto, posibilitante de otras razones
que pueden oponerse y falsar su afirmación en su pretensión universal de
verdad. Consecuente con esto la pretensión de verdad me deriva a la pretensión
de validez, categoría que califica y determina la aceptabilidad intersubjetiva
del otro en la razón veritativa. Si la pretensión de verdad es lo real
aprehendido en la subjetividad, la pretensión de validez es lo intersubjetivo
consensuado en la comunidad de comunicación.
El discursos de los
presidenciables careció de retórica, al estilo aristotélico, vale decir,
condiciones de aceptabilidad del otro con respecto a los argumentos propios o
ajenos y se apresuraron a hacer afirmaciones absolutas, con pretensión de
verdad y cayeron en el terreno de la intolerancia dogmática. El problema de los
candidatos argumentantes es que al tomar como referente al Comandante Ortega,
obviaron sus logros y avances en el plano social, económico y de
infraestructura y lo descalificaron a priori. No mostraron una visión de país,
de Estado, de continuidad, de avances, de proponer más logros, sino de mesías,
de intolerancia, de violencia, de promesas poco realistas. Ortega nunca los
enfrentó, de ninguna manera, no tuvo la intención ni la necesidad de argumentar
contra ellos nada. No hay un spot de propaganda política en ningún medio de
comunicación donde Ortega haya hecho referencias a sus contendores o hablado de
su candidatura y compararla con nadie. Fue muy inteligente al saber identificar
a su enemigo, desde el comienzo de su mandato pero no para atacarlo o
destruirlo, sino hacerlo su aliado estratégico, para avanzar, para construir,
para ganar. El liderazgo político de Daniel Ortega no puede ser visto como una
competencia, es propio de su personalidad, forjado a fuego lento, en el crisol
de la lucha revolucionaria; es carismático no caudillo; es un político
horizontal, innovador, se reinventa constantemente. Si quisiéramos utilizar un
concepto de alguno de los paradigmas de interacción humana, que se manejan en
el liderazgo empresarial, diremos que Ortega tiene una mentalidad ganar-ganar, esto significa que su
estructura mental y su corazón funcionan siempre en procura del beneficio mutuo
de todas las partes que interactúan. Desde esta filosofía, la vida se
interpreta como un escenario cooperativo, no competitivo. Muchos tenemos la
tendencia a ver las cosas en términos dicotómico; la mentalidad ganar-ganar en
cambio piensa que hay posibilidades para todos, que el éxito no se obtiene
utilizando al otro, sino incluyéndolo, coparticipando, cooperando. El
Presidente Ortega no es un caudillo, tiene más bien el talante y el verdadero
perfil de un auténtico líder.