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martes, 6 de abril de 2010

La representación política

El paradigma asfixiado

José Luis Romero Molina*

END - 22:30 - 11/03/2010

La representación política, entendida como las relaciones que comunican a los ciudadanos con quienes ejercen el poder, ha atravesado en Nicaragua distintas etapas cargadas de negativas influencias exógenas, como las intervenciones militares y políticas de súper potencias económicas, y endógenas a partir de la persistencia de la idea, en las principales fuerzas políticas nacionales, que la política es un excelente e infalible vehículo de enriquecimiento, impunidad y perpetuidad en el poder.

La triádica piramidal que delinea la representación política en un sistema democrático, planteada por algunos teóricos, es suficientemente explícita: en la base la ciudadanía (cuerpo a ser representado y principal actor en tal relación); las fuerzas políticas en el segundo escalón piramidal (entidades designadas para ejercer la representación) y en el vértice, al tratarse de una representación ejecutada por el partido político, se ubica el representante individual o candidato quien se constituye como agente de la representatividad partidaria.

La historia política reciente de Nicaragua no deja dudas de que la funcionalidad piramidal antes descrita sigue siendo una necesidad; baste mencionar la dictadura somocista y su estilo de representatividad política, en donde la escala de selección para optar a cargos políticos y públicos perduró incólume durante los más de cuarenta años de permanencia en el poder: servilismo a toda prueba.

Los cambios operados en el sistema de representación política a partir de la caída de la dictadura (1979) estuvieron salpicados de circunstancias particulares, que a la larga se convirtieron en sus propios obstáculos evolutivos; el sangriento conflicto armado que postergó la apertura de un sistema partidario amplio e inclusivo y la adopción de posiciones ideológicas, por parte del FSLN, demasiado cercanas a los pregonados principios de un marxismo anacrónico en franca decadencia, en donde el principal objetivo fue perpetuarse en el poder .


El fin de la Guerra Fría, la derrota electoral del FSLN y el ascenso del mundo unipolar (global o neoliberal, indistintamente), marcó el inicio de “nuevas ideas” refundadas en la democracia occidental: en política, democracia participativa y descentralización estatal; en economía, el decálogo del llamado Consenso de Washington.

El resultado de la aplicación irrestricta del recetario político-económico no se hizo esperar; el “nuevo modelo”, operado por unas frágiles y espurias coaliciones multipartidarias reducidamente representativas de los intereses ciudadanos, dio continuidad histórica a los errores del pasado a lo largo de tres administraciones; Chamorro (1990), Alemán (1997) y Bolaños (2002): elites dirigentes incapaces de generar institucionalidad y legalidad partidaria, persistencia del concepto Estado-botín y obediencia fiel a los dictados del filibusterismo financiero-monetario internacional.

El fracaso del modelo neoliberal pesó más que la raída credibilidad de Ortega, ello le valió recibir el favor del voto ciudadano en representación del FSLN en condiciones de legitimidad, legalidad y credibilidad sumamente discutibles, pero avaladas por las elites de los partidos contendientes más “representativos”.

El PLC de Alemán modificó el porcentaje de votos necesarios para que Ortega pudiera tejer su triunfo; Montealegre y su (entonces) ALN visitó raudamente a Ortega para felicitarlo por su triunfo cuando aún no se terminaban de contar los votos y una amplia masa ciudadana dio “el beneficio de la duda” a Ortega, ya que esta vez no gobernaría bajo una guerra civil, contaría con unas finanzas públicas relativamente saneadas y planteó una campaña plagada de promesas de “reconciliación” y “tolerancia”, “empleo para todos” e “inversión social”.

La gestión político-partidaria de Ortega ha generado resultados muy endebles en función de reducir la crisis de representación política, lo cual se visibilizó en los entretelones de las elecciones municipales 2008: mecanismos de selección de candidatos de tipo minoritario, es decir por la cúpula o elite partidaria; selección de cuestionados candidatos por actuaciones reñidas con la ética y ampliación de la brecha que separa a la ciudadanía y los candidatos propuestos.

Las fuerzas partidarias deben asumir con responsabilidad su rol histórico frente a la influencia creciente de los medios de comunicación masiva, la centralidad del individualismo consumista y una marcada decadencia de la identidad cultural. La lógica operativa político-partidaria actual debe ser reformada, corresponde a sus líderes encarar con entereza la debilidad estructural de sus instituciones.

El reto está planteado, las fuerzas partidarias, grandes y pequeñas, de hecho ya han reducido su credibilidad e influencia ciudadana a los mínimos permisibles; continuar por este camino sólo garantizará su extinción natural, o bien, empujará a la sociedad a tomar acciones que les anulen y sustituyan.

*Investigador y Coordinador del Área de Políticas Públicas del Cielac-Upoli.