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viernes, 19 de febrero de 2010

Haití y el clamor de los pobres

Haití: ¿cambios en el mapa de pobreza de América Latina?

José Luis Romero

Investigador del CIELAC

El país más empobrecido de América Latina era Haití, el terremoto de Enero pasado probablemente lo ubique en una escala “especial” de pobreza; los eruditos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial tratarán de encontrar la “metodología adecuada” para reordenar la escala de calificación de pobreza establecida antes del sismo.

El vergonzante segundo lugar de “país más pobre de América” oscila entre varios candidatos; Nicaragua, Honduras y Bolivia, son por lo general los más “calificados” para ese segundo lugar; sin embargo hay que señalar que América Latina es una región pobre o empobrecida, pero sobre todo injusta. La brecha de distribución del ingreso nacional entre los que reciben más y los que reciben menos es alarmante. Basta imaginar que el continente africano posee un modelo de distribución del ingreso menos inicuo que el de nuestro sub-continente.

La multidimensionalidad de la pobreza complejiza su definición y medición en términos que los parámetros establecidos puedan servir indistintamente para cualquier país de la región; el concepto y medición de pobreza tiene que ver con el bienestar individual o colectivo ya sea a través de la capacidad de adquirir bienes y servicios o a la capacidad de satisfacer las necesidades más básicas (vivienda, agua potable, energía, salud, educación, etc.).

La situación generada en Haití después del 12 de Enero magnificó las debilidades estructurales del país y la influencia de siglos de esclavitud, usura y explotación indiscriminada de sus recursos humanos y naturales impuesta por un “orden mundial” que aún persiste bajo distintas figuras.

Quedó al descubierto la ineficacia del recetario del Consenso de Washington y algunas de sus derivadas; el Ajuste Estructural, la Iniciativa para Países Pobres Altamente Endeudados y los Tratados de Libre Comercio, entre otras. También evidenció la desvergüenza del gobierno francés cuando su ministro de finanzas hizo un llamado para acelerar la cancelación de la deuda externa de Haití; las raíces de las vulnerabilidades de la isla y sus pobladores apuntan a Francia, sin lugar a dudas.

Los emblemáticos subyacentes de la rebelión haitiana (1791-1804), inspirada en los principios de la Revolución Francesa y encabezada por el esclavo auto-didacta Toussaint L’Ouverture son únicos en la historia moderna mundial: la segunda República fundada en el Hemisferio Occidental y la única liberada por esclavos afro descendientes que después de derrotar a sus esclavistas derrotaron a la armada napoleónica.

Durante 122 años (1825-1947) Francia “cobró” la osadía de los afro descendientes haitianos de haber proclamado su independencia en 1804, y cobró caro: 150 millones de francos en oro (el equivalente de 22 billones de dólares de hoy) sobreexplotando suelos y mano de obra para extraer bienes y ganancias que sólo dejaron pobreza humana y ecológica para al país. Es una realidad aplastante al ver una imagen satelital de la frontera entre República Dominicana y Haití; República Dominicana tiene árboles, Haití no.

En el año 2003, Haití demandó a París la restitución de los 22 billones de dólares que disciplinadamente pagó durante 122 años; la respuesta no se hizo esperar, el gobierno galo argumentó que el caso estaba cerrado desde 1885 e incluso, para el 2004, formó la Comisión de Reflexión bajo la conducción del filósofo izquierdista Régis Debray para que examinara las relaciones históricas entre los dos países, la conclusión de dicha Comisión es lacerante: “la restitución no es pertinente en términos históricos ni legales”

Haití no necesita un perdón de la deuda externa, sólo necesita que sus acreedores actúen responsablemente y faciliten las condiciones para reconstruir lo que se ha destruido por siglos y en donde la comunidad latinoamericana actúe solidaria y activamente para restituir la integridad de ese históricamente castigado pueblo.

No puede ser posible que frente a la catástrofe las donaciones de Francia no sean ni siquiera la mitad de las donaciones inglesas. El amargo legado histórico del colonialismo es una verdad inevitable, pero un reconocimiento de los errores históricos siempre le hará bien a la humanidad.